Tras el conflicto urbano-rural del 11 de enero de 2007 que se tradujo en un sangriento desencuentro entre civiles en Cochabamba, escribí un libro argumentando que había consideraciones urgentes de compartir en ese momento para que pudieran tener un efecto en el futuro. Es decir, estaba pensando que era necesario leer cuidadosamente el país para evitar la reedición de enfrentamientos sobre la base de nuestra compleja interculturalidad y apasionamientos políticos sin norte, por el bien del país.

Trece años después del libro “Memoria de un conflicto urbano: el dilema autonómico y la prensa en la crisis del 11 de enero de 2007”, las cosas siguen igual o peor. El país parece no aprender las lecciones del pasado: todo se reduce a ser una descabellada lucha del poder por el poder; el resto termina siendo, en el mejor de los casos, puro discurso. La prensa acaba de decir, en relación a esa crisis, que: “las heridas que dejó el enfrentamiento entre pobladores del campo y la ciudad siguen abiertas” y que más bien tienden a profundizarse con los últimos acontecimientos suscitados a partir de las elecciones del 20 de octubre pasado.

Cuando ocurrió la crisis del 11 de enero de 2007 la convergencia de fondo nació de la determinación, inamovible, de las fuerzas conservadoras de restituir su poder bajo el alero de la demanda autonómica y; de la decisión, imparable, del sector emergente indígena de tomar efectivamente el poder del Estado; rechazando las autonomías en un país agobiado por una persistente crisis de Estado y de gobernabilidad. En esas circunstancias, el MAS no podía sino representar la esperanza para rehabilitar el país y construir un Estado que tenga más sentido para el conjunto de los bolivianos.

Sin embargo y después de casi 14 años de gobierno del MAS,  hoy observamos absortos las cenizas refrigeradas de esa esperanza. El gobierno de Evo Morales terminó con un rechazo masivo y él tuvo que salir huyendo del país, hacia México, casi en las mismas condiciones que Gonzalo Sánchez de Lozada, 15 años atrás. Una historia que pudo ser distinta y que, sin embargo, en el camino terminó empalmándose con lo peor del poder: la codicia, la corrupción, la soberbia y la ceguera.

Después de angustiantes episodios violentos, Bolivia ha logrado que la calma retorne bajo la idea de conseguir elecciones limpias y dirigir el país hacia una institucionalidad democrática que construya país. Pero, la presencia de los egos danzantes complica el panorama: Evo, en la obsesión de creerse una divinidad irreemplazable; arremete desde el exilio; y, la oposición, divaga en medio del “tic tac” de las manijas del reloj. Ergo, el país continua solo en su angustia y aterrado por las nauseas que le provoca la clase política amiga de la nada.

En este marco, la condición transitoria del gobierno de Jeanine Añez está expuesta a múltiples presiones y es de esperar que no pierda el rumbo: su imagen de impecabilidad, en el manejo transitorio de la gestión pública, debe ser su máxima prioridad. Ojalá que no se deje contaminar por asesores que, desde afuera, promueven el retorno a las tinieblas, como es el caso de Carlos Sánchez Berzain. Lo mismo que un grupo del MAS que, al parecer, busca el caos y el conflicto como única forma de hacer inviable toda gestión democrática de gobierno que pueda ponerlos en apuros. En esta línea pecaminosa de hacer política, nada más fácil que el conflicto para invisibilizar hechos de corrupción y errores de gestión.

Consiguientemente, antes de pelear solamente contra fantasmas del pasado y del presente, habrá que abonar el terreno para construir una nueva institucionalidad estatal que se distinga por su apego a la democracia y no a una lógica represiva, intervencionista y perversa que hasta ahora solamente ha agrandado las distancias entre unos y otros en el país. Si bien es cierto que la situación creada por el anterior Gobierno altera nuestra precaria gobernabilidad, echar más leña al fuego en temas a veces intrascendentes; resulta una irracionalidad política. Lo que se demanda, por tanto, es absoluta racionalidad.

FUENTE: EL DÍA 
AUTORA: VESNA MARINKOVIC