Si se pudiera graficar a Bolivia por los comentarios en las redes; concluiríamos en que nuestro nivel de información es pésimo; que nuestra educación nunca comenzó, y que el odio en contra del que piensa diferente y luce diferente a uno, es más que visceral. En conclusión, señalaríamos, de manera rotunda, que los bolivianos somos desinformados, mal educados, racistas, intolerantes y tremendamente violentos.

Yo no sé si esta gráfica parcial, sustentada en lo que una parte del país escribe en las redes, debería tranquilizarnos o movernos a la acción contundente de reconocer que la formación orquestada por la clase política del país ha sido destructiva, sigue siendo destructiva; o, por el contrario, hacernos de la vista gorda y seguir insultando y despreciando, hasta terminar recluidos, todos, en un paraíso de espuma rabiosa sin retorno. 

Leer las redes, en estas condiciones, termina siendo agobiante por el linchamiento del otro, al calor de lo que pretende ser un cambio en la correlación de fuerzas en el país; “revelando” a personas que empuñan el fusil como inquisidores del nuevo tiempo, decretando guerra sin cuartel. Del otro lado, los adjetivos son igualmente descalificadores, groseros, descontextualizados y dramáticos cuando llaman a la “guerra civil” y, además, siembran miedo y destrozan lo que tocan.

Bajo esta lógica; violenta e irracional, la posibilidad de pacificar el país termina siendo una utopía. Bolivia tiene que aprender de sus desgracias políticas; tiene que aprender a leer, a madurar, a educarse, a desarrollar sensibilidad social y ubicación en un mundo donde los que habitamos el planeta somos seres humanos, no bestias con navaja imaginando países maravillosos.

Si algo excepcional tuvo la rebelión contra Evo Morales, el líder cocalero que enamoró a las masas durante su larga ruta sindical; fue, precisamente, la estrategia amiga de la paz y la cordura que emergió sorpresivamente: ejércitos de personas, jóvenes en su mayoría, fueron los actores fundamentales en la decisión de Morales de abandonar el país, solamente uniendo pititas y repartiendo abrazos.

Evo defraudó, pero, este “ejército de hormigas” expresó su demanda con serenidad y paciencia; buscando desterrar la violencia y lográndolo pues el amotinamiento policial fue, a mi juicio, la victoria monumental de esta acción de ver al otro de manera empática. Más allá de la conflictividad que sigue y suma muertos y heridos, esto fue para mi el saldo loable de los 21 días de angustia que cercaron a Morales. Lo que hoy queda, es el sector de los denominados movimientos sociales; arengados por un discurso también de odio que llega desde el propio caudillo desterrado y que quiere volver. Ellos también tienen miedo y siguen mirándose en Evo y persiguiendo la ilusión perdida. 

Somos, a no dudarlo, un país difícil y complejo. Tenemos deudas pendientes de siglos, y una herencia abultada de regímenes políticos mediocres, corruptos, ineficientes y violentos; moldeando nuestra historia.

El régimen de Evo Morales, que tuvo aciertos importantes, principalmente en materia de crecimiento económico e inversión; terminó cautivo y proscrito por actos de corrupción y angurrias personales de poder, hiriendo de muerte a uno de los proyectos políticos más importantes de este último siglo en Bolivia.

Muerto el rey, muchos ya empezaron a vivar al nuevo rey-la reina en este caso- y a afilar los bigotes para ocupar puestos con remuneraciones oprobiosas que no demanden mayor esfuerzo que la figuración pública.

Pero, el rey ha dejado un cuerpo político que está vivo y desenfrenado y que tiene que seguir viviendo con la opción de hacerse racional o morir en el intento de la apuesta violenta. El gobierno debe ser inteligente, lo mismo que la clase política y los ciudadanos en general. Esperemos que el MAS no se deslegitime, como se deslegitimó su caudillo, y que el ejército de hormigas que irrumpió en la escena política nacional no muera.

Bolivia está esperando que pensemos en ella, de mejor forma.

FUENTE: EL DÍA
AUTORA: VESNA MARINKOVIC