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EL DESARROLLO ECONÓMICO: ¿clave para la paz en Medio Oriente? (*)

 

Michael J. Boskin (*)


EDICIÓN 75 | JULIO 2019

 

La administración Trump espera que la propuesta “Paz para la Prosperidad” desate el nudo gordiano del conflicto palestino‑israelí y logre por fin la paz entre el Estado judío y sus vecinos.



En un seminario que tuvo lugar en junio de este año en Bahréin, el consejero superior de la Casa Blanca, Jared Kushner, presentó una ambiciosa iniciativa de desarrollo económico para el pueblo palestino. La administración Trump espera que la propuesta “Paz para la Prosperidad” desate el nudo gordiano del conflicto palestino‑israelí y logre por fin la paz entre el Estado judío y sus vecinos.

El seminario contó con la asistencia de varios países con intereses vitales en la región y que podrían tener un papel en un futuro programa de desarrollo económico, pero los palestinos se negaron a participar. Eso llevó a que tampoco se incluyera a los israelíes. Los funcionarios palestinos consideran un insulto pensar que podrían modificar sus arraigadas demandas políticas a cambio de ayuda económica. Pero el plan de la Casa Blanca pone de manifiesto los costos de oportunidad que supone mantener el statu quo. Una transformación de la economía de Cisjordania y Gaza puede producir enormes mejoras a la calidad de vida de la mayoría de los palestinos.

El plan estadounidense (al que aporté algunas sugerencias) sólo puede describirse como ambicioso. Incluye subsidios y préstamos a los territorios palestinos, acompañados de medidas para fortalecer los derechos de propiedad, el Estado de Derecho y el sistema judicial, mejorar la infraestructura y ampliar el comercio con Israel y otras partes de la región. El objetivo es duplicar el PIB de los territorios y crear un millón de puestos de trabajo, con lo que se reduciría la pobreza a la mitad.

 

“…al menos ahora los palestinos pueden empezar a considerar el potencial económico de la paz.”




El programa comprende tres iniciativas interrelacionadas, que apuntan a “liberar el potencial económico”, “empoderar al pueblo palestino” y “mejorar la gobernanza palestina”. Cada una de ellas propone reformas concretas para encarar una amplia variedad de cuestiones. Por ejemplo, hay propuestas para reforzar el capital humano, facilitar la creación de empresas, mejorar la apertura de Cisjordania y Gaza mediante nuevas rutas, vías férreas y cruces de frontera, y ampliar la infraestructura energética, hídrica y digital. En particular, el plan profundizaría la integración económica de los palestinos no sólo con Israel, sino también con Egipto, Jordania y el Líbano.

En síntesis, el proyecto Paz para la Prosperidad ofrece una hoja de ruta viable para que el pueblo palestino mejore su futuro económico. Si bien no es común que iniciativas a gran escala como esta se desarrollen exactamente según lo previsto (ya que el sector privado puede perseguir oportunidades que nadie más consideró), cualquier avance hacia una proporción importante de los objetivos ya sería un logro significativo.

Un plan basado en liberar el potencial humano, el comercio y la inversión privada, instituyendo al mismo tiempo una disciplina monetaria y fiscal sólida, es una ruta probada y segura hacia el crecimiento y la libertad individual. (Para ver los efectos de lo contrario, basta mirar a Venezuela.) Cuando la asistencia externa se dirige de modo tal de reducir los obstáculos físicos y legales al comercio y a la inversión, y si se la acompaña con las reformas de gobernanza necesarias, las oportunidades que aparecen tienden a ser numerosas y duraderas.

En torno de esta idea giró el Plan Marshall. Después de la Segunda Guerra Mundial, los gobiernos europeos implementaron reformas y eliminaron barreras al comercio, y Estados Unidos proveyó a la región efectivo, alimentos y combustibles por un valor situado entre el 3 y el 5% de su PIB. Las historias de éxito más claras se dieron en los países que aprobaron las mayores reformas. Alemania occidental debe su “milagro” de la posguerra en gran medida a los esfuerzos de Ludwig Erhard, que impulsó la reforma monetaria y eliminó los controles de precios antes de convertirse en el primer ministro de asuntos económicos del país.

Claro que incluso con 27 000 millones de dólares en donaciones y préstamos, más la inversión privada del resto de la región, lograr las reformas necesarias en los territorios palestinos no será fácil. Para duplicar el PIB se necesita un crecimiento anual promedio del 7% durante al menos una década (o 6% durante 12 años).

Pero ese objetivo es totalmente alcanzable. En los 18 años desde que China se unió a la Organización Mundial del Comercio, su PIB se cuadruplicó; y la India alcanzó un crecimiento promedio de alrededor del 7% en la última década. Asimismo, tras abrir sus economías hace ya varias décadas, Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong y Singapur evitaron la “trampa de los ingresos medios” (una situación en la que la tasa de crecimiento de una economía en desarrollo tiende a reducirse al promedio de las economías avanzadas, cuando el PIB per cápita se acerca a 20 000 dólares) y se “graduaron” de países de altos ingresos. En comparación, el PIB per cápita actual de Palestina es la décima parte de ese nivel.

Hay muchos otros ejemplos de historias de éxito como estas. Según datos del Banco Mundial, hay siete países en Europa, África y Asia (sin contar a China y a la India) que alcanzaron un 7% de crecimiento promedio durante los últimos siete años. En ese mismo período, otras 11 economías crecieron a un ritmo promedio del 6%, y 20 economías mantuvieron un crecimiento promedio superior al 5%.

Suponiendo que los palestinos tengan la voluntad y la capacidad para adoptar las reformas que imagina el proyecto Paz para la Prosperidad (una suposición indudablemente audaz), no hay motivos para que no puedan emular estas historias de éxito con ayuda de sus vecinos ricos, de los organismos internacionales, de Estados Unidos y de otros actores. La alternativa es seguir con un mísero 1,7% de crecimiento anual, o peor.

Entre israelíes y palestinos hay muchas disputas territoriales y políticas profundamente conflictivas, y en algún punto, habrá que resolverlas. Pero al menos ahora los palestinos pueden empezar a considerar el potencial económico de la paz. Una integración económica más profunda con la región, y en particular con Israel, se trasladará a una reducción de las tensiones geopolíticas y a mejoras sustanciales de los niveles de vida, salud y educación. Y sobre todo, los palestinos más jóvenes que hace mucho sufren desempleo y subempleo tendrán por fin oportunidades de iniciar emprendimientos, superarse personalmente y obtener movilidad social ascendente. En última instancia, son ellos los que decidirán el futuro de su pueblo.

 

Un plan basado en liberar el potencial humano, el comercio y la inversión privada…es una ruta probada y segura…”




 

(*) https://www.project-syndicate.org/commentary/kushner-prosperity-to-peace-by-michael-boskin-2019-06/spanish  

(**) Es profesor de economía en la Universidad de Stanford y miembro principal de la Institución Hoover. Fue presidente del Consejo de Asesores Económicos de George H. W. Bush de 1989 a 1993, y dirigió la llamada Comisión Boskin, un órgano consultivo del Congreso que destacó los errores en las estimaciones oficiales de inflación de los Estados Unidos.