Las empresas grandes del planeta son el núcleo del nuevo orden internacional y ya no los Estados. Por más que parezca una verdad de Perogrullo, no está demás ponerle atención a esta racionalidad que hoy parece haber renacido de las sombras para permitir algunas libertades de apreciación sobre el rol que, efectivamente, tiene en el reino planetario.

Hay analistas que refieren que las empresas transnacionales son importantes en la medida en que se constituyen en el principal agente de una revolución profunda de la economía tradicional y que, en este marco, son los vectores principales de unos fenómenos económicos y sociales que están dejando ya obsoletos los marcos habituales de análisis de las relaciones internacionales. Dicen que son, un “agente estructurante de un nuevo ambiente mundial”.

Son las empresas, probablemente por su mayor capacidad de planificación y de orden en una lógica 24/7 para organizar sus posiciones, las que tienen desde hace mucho tiempo la capacidad para digitar el destino económico político y social de esta Aldea Global y, en esta línea, comprar tierras y hasta países para estructurar su poder.  El tema, que era un secreto a voces, hoy es parte del debate mundial.

Hace poco la CEPAL refería que, en efecto, la construcción de un nuevo orden industrial internacional está dominado por un núcleo de empresas transnacionales, pero, hacía notar que esto por lo general dificulta la vida de la gran mayoría de los países en desarrollo debido a la ausencia de condiciones para competir eficazmente, lo que les estaba llevando a enfrentan una marginalización todavía mayor.

“Hoy las empresas transnacionales pueden influir considerablemente en la competitividad internacional y, por lo tanto, en la índole de la incorporación de los países en desarrollo en el nuevo sistema productivo internacional en vías de integración”, dice este organismo internacional dependiente de Naciones Unidas. 

Considera que el país de origen y la forma que toman la inversión extranjera directa y la transferencia de tecnología, determinan en gran medida los efectos de las empresas transnacionales en la industria del país huésped. En esta dirección, afirma que la experiencia de América Latina -con inversión extranjera directa y tecnología estadounidenses de menor dinamismo que usualmente revistió la forma de subsidiarias o filiales con participación mayoritaria de capital extranjero- tendió a fortalecer los sesgos de la industrialización orientada hacia el interior mediante la sustitución de importaciones y contribuyó poco a mejorar la competitividad de la industria latinoamericana, que sufrió una consiguiente marginalización progresiva tanto desde una perspectiva internacional como empresarial.

En un mundo que ha roto varios de sus paradigmas, habrá que ver si este Nuevo Orden Internacional, con las empresas y ya no con los Estados como actores centrales de los cambios, puede ofrecer lo que hasta ahora ha sido una tarea de titanes:  la construcción equilibrada del planeta. Desde la orilla de quienes siempre defendieron el Estado como un mejor padre de familia; frente a un mercado calculador, se dice que esta es la ruta hacia la destrucción masiva del planeta; mientras que, desde la otra orilla, se escuchan voces halagüeñas señalando que estamos, efectivamente, frente a la posibilidad de construir con menor entropía.

Por el momento, ya es un hecho que muchas empresas han irrumpido en países no sólo por el lado de lógicas de consumo, sino también por el lado de su “responsabilidad social” con el planeta y están escrutando además de interviniendo en las escuelas, las comunidades y, los territorios con muchos recursos naturales. El tema, sin duda, es de una complejidad mayor y sería interesante encontrarlo en la agenda boliviana de discusiones académicas, políticas y sociales con el rigor que corresponde.


FUENTE: EL DÍA
AUTORA: VESNA MARINKOVIC