Una sola vez acepté ir al estadio para ver  un partido de fútbol y debo confesar que me aburrí soberanamente. Probablemente fue por exceso de desinformación sobre nociones futbolísticas, por una construcción de género que conmina a las mujeres a jugar solamente con muñecas y lejos de las pelotas de fútbol, o por simple selección natural. Sea como fuere, me aburrí.

Con todo, debo reconocer que alguna vez vibre con la maestría de los chicos de la academia Tahuichi Aguilera que pusieron al país en condición de ganador y los disfruté no sólo por Bolivia sino por su habilidad. Fue la única vez que me sentí agradada frente a un partido de fútbol. El resto de las pocas veces que me ha tocado observar un partido, me ha parecido estar sufriendo una sesión magistral de masoquismo.

Por ello, muchas veces he pensado que los equipos de fútbol en Bolivia deberían desaparecer, al igual que las Fuerzas Armadas, pues su aporte al país es generalmente nulo. Son equipos precariamente preparados, estratégicamente orquestados para perder y dramáticamente utilizados para alimentar a una clase parasitaria e ineficiente como son los dirigentes, con algunas honrosas excepciones.

No puede ser que gran parte del tiempo se pierda y, además, se practique un mal fútbol. Más allá de ver rostros compungidos, hombres retorciéndose de dolor en la arena del juego y/o abrazándose y besándose efusivamente por una insignificante victoria, el fútbol boliviano es malo. El propio mediocampista de la selección, Fernando Saucedo, se desahogó en las redes diciendo hace unos días que el nivel del futbol boliviano es “bajo”. 

El fútbol es una pasión de multitudes, dicen los que lo entienden; y, en efecto, miles de personas llegan a vibrar por un partido de fútbol aunque más no sea para disfrutar la derrota bajo la velada esperanza de que “otra vez será” o porque al fin de cuentas se trata de una especie de catarsis o desahogo en grupo. Sin embargo, los fracasos del fútbol boliviano son tan frecuentes que hasta da para preguntarse si, en efecto, se trata de un espectáculo. Gran parte del tiempo los partidos parecen ser, solamente, una tragicomedia reeditada por los beneficiarios reales de estas ligas de infarto. 

Hasta ahora, la mayoría de los encuentros futboleros donde juega Bolivia son verdaderas crónicas de una muerte anunciada y yo me pregunto cómo es que la barra futbolera no dice nada, no pide cuentas, no exige resultados positivos, mejores dirigentes, nuevas técnicas de juego y estrategia para ir al ruedo con mejores posibilidades. No tengo la menor intención de ser intransigente, intolerante, e insolidaria con los futbolistas de mi país, pero, estoy segura de que es insostenible mantener equipos de fútbol tan incompetentes; creo que no tenemos espalda para botar tanto dinero en fracasos de “Ripley”. 

En estas condiciones y dado que el fútbol no deja de ser parte de una “identidad nacional”; el Gobierno debería tomar el asunto como una política de Estado y crear una academia nacional de fútbol para preparar jugadores que tengan buen desempeño, que representen seriamente al país y no solamente a los círculos mafiosos del fútbol, a las grandes empresas multinacionales que lucran de este deporte, a los medios de comunicación y a relatores deportivos que generalmente son solo eso: relatores, muchas veces de odio, chismes y vanalidades; cero mística. 
 
El gran negocio del fútbol puede morir por exceso de cinismo, de irresponsabilidad, de patrocinadores que son los mayores ganadores de las ligas futboleras y por ausencia de jugadores formados para ganar. Pensar en esto también es parte de las cosas del fútbol, aunque seguramente es la que menos ganancias produce a los mercachifles de este deporte que mueve masas a veces viscerales, siempre eufóricas y generalmente ingenuas. Hoy pensé en el fútbol, me disculpan.

FUENTE: EL DÍA
AUTORA: VESNA MARINKOVIC