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Estados Unidos PERDERÁ la guerra comercial con China (*)

 

Anatole Kaletsky (**)


EDICIÓN 65 | SEPTIEMBRE 2018

 

Estados Unidos no puede ganar su guerra de aranceles contra China, sin importar lo que diga o haga el presidente Donald Trump en los próximos meses. Trump cree que lleva las de ganar en este conflicto, porque la economía estadounidense es fuerte y porque políticos tanto republicanos cuanto demócratas apoyan el objetivo estratégico de frustrar el ascenso de China y preservar el dominio global estadounidense.



Pero, irónicamente, esta aparente fortaleza es la debilidad fatal de Trump. Aplicando el principio de artes marciales de redirigir la fuerza del oponente en su contra, China puede ganar fácilmente la competencia arancelaria, o al menos pelearle a Trump un empate.

Desde David Ricardo los economistas sostienen que restringir las importaciones reduce el bienestar de los consumidores y dificulta el crecimiento de la productividad. Pero la razón principal por la que Trump se verá obligado a ceder no es esa. Para evaluar las fortalezas respectivas en el conflicto sinoestadounidense, hay otro principio económico –poco invocado para explicar la futilidad de las amenazas arancelarias de Trump– mucho más importante que el concepto ricardiano de ventajas comparativas: la gestión keynesiana de la demanda.

Aunque es indudable que las ventajas comparativas influyen en el bienestar económico a largo plazo, lo que determinará cuál de los dos países se verá más presionado a pedir la paz comercial en los próximos meses serán las condiciones de la demanda. Y atendiendo a este criterio, está claro que los aranceles de Trump perjudicarán a Estados Unidos pero no harán mella en China.

 

…los aranceles no serán un “castigo” para China, como Trump parece creer…”




Desde un punto de vista keynesiano, el resultado de una guerra comercial depende ante todo de si los contendientes están en recesión o tienen exceso de demanda. En una recesión, los aranceles pueden estimular la actividad económica y el empleo, aunque al precio de una menor eficiencia a largo plazo. Pero en una economía que opera en su pleno potencial o cerca (como es claramente el caso de Estados Unidos ahora), los aranceles sólo lograrán aumentar los precios y añadir presión alcista a los tipos de interés.

En el nivel agregado, las empresas estadounidenses no hallarán trabajadores dispuestos a trabajar por sueldos bajos para reemplazar los bienes importados chinos; e incluso aquellas pocas empresas que encuentren en los aranceles un motivo para competir contra las importaciones de China tendrían que aumentar los salarios y construir más fábricas, lo que contribuiría a la presión alcista sobre la inflación y los tipos de interés. Dada la escasez de capacidad excedente, las nuevas inversiones y contrataciones necesarias para reemplazar los bienes chinos serían en detrimento de otras decisiones empresariales que eran más rentables antes de la guerra arancelaria con China. Así que a menos que las empresas estadounidenses estén seguras de que los aranceles continuarán por muchos años, no invertirán ni contratarán más trabajadores para competir con China.

Suponiendo que las empresas chinas estén bien informadas y sean conscientes de esto, no reducirán los precios de sus exportaciones para absorber el costo de los aranceles de Estados Unidos. Eso obligará a los importadores estadounidenses a pagar los aranceles y trasladar el costo a los consumidores (lo que añadirá presión sobre la inflación) o a los accionistas reduciendo las utilidades. De modo que los aranceles no serán un “castigo” para China, como Trump parece creer, sino que perjudicarán ante todo a consumidores y empresas estadounidenses (como si fuera un aumento del impuesto a las ventas).

Pero supongamos que los aranceles encarecieran tanto algunos productos chinos como para sacarlos del mercado estadounidense. ¿De dónde saldrán sustitutos importados a un precio competitivo respecto de los de China?

En la mayoría de los casos, la respuesta es: de otras economías emergentes. Algunos bienes de baja gama, por ejemplo zapatos y juguetes, se comprarán a Vietnam o la India. El armado final de algunos equipos electrónicos e industriales se puede trasladar a Corea del Sur o México. Unos pocos proveedores japoneses y europeos serán capaces de desplazar a fabricantes chinos de productos de alta gama. De modo que en la muy limitada medida en que los aranceles resulten un “castigo” para China, el efecto sobre otros mercados emergentes y la economía global no será un “contagio” dañino, sino un ligero estímulo a la demanda, resultante del reemplazo de las exportaciones chinas a Estados Unidos.

Es verdad que los exportadores chinos pueden sufrir ligeras pérdidas mientras otros productores aprovechan los aranceles estadounidenses para quitarles mercado. Pero usando la gestión de demanda para compensar la pérdida de exportaciones, China puede anular cualquier efecto sobre el crecimiento, el empleo y las ganancias corporativas. En tal sentido, el gobierno ya comenzó a estimular el consumo y la inversión locales mediante una expansión monetaria y una rebaja de impuestos.

Sin embargo, las medidas de estímulo de China hasta ahora han sido cautas (como corresponde, teniendo en cuenta el impacto insignificante que los aranceles de Estados Unidos han tenido sobre las exportaciones chinas). Sin embargo, si empiezan a aparecer indicios de un debilitamiento de las exportaciones, China puede y debe compensar la pérdida con medidas adicionales para estimular la demanda interna; en principio, le bastaría aplicar un estímulo keynesiano a gran escala para evitar cualquier daño derivado de los aranceles. Pero ¿querrá el gobierno chino hacerlo?

Aquí es donde, paradójicamente, el apoyo bipartidario en Estados Unidos a una “política de contención” en relación con China se vuelve en contra de Trump. Hasta ahora la dirigencia china no ha querido apelar abiertamente a estimular la demanda como arma en la guerra comercial, porque el presidente Xi Jinping tiene un fuerte compromiso con limitar el crecimiento de la deuda china y reformar el sector bancario.

Sin embargo, es indudable que esos argumentos de política financiera contra la aplicación de una política keynesiana son irrelevantes ahora que Estados Unidos presentó la batalla arancelaria de Trump como la primera escaramuza de una Guerra Fría geopolítica. Es sencillamente inconcebible que Xi le dé más prioridad a la gestión del crédito que a ganar la guerra arancelaria y así demostrar la futilidad de una estrategia estadounidense de contención de China.

Esto plantea la pregunta de cómo reaccionará Trump cuando sus aranceles comiencen a perjudicar a las empresas y a los votantes estadounidenses, mientras China y el resto del mundo no se dan por enterados. La respuesta probable es que seguirá el precedente de sus conflictos con Corea del Norte, la Unión Europea y México: propondrá un “acuerdo”, que no conseguirá sus objetivos declarados, pero le permitirá alardear de una “victoria” y justificar la beligerancia verbal que entusiasma a sus simpatizantes.

La técnica retórica de Trump, sorprendentemente exitosa, de “empezar gritando y terminar mostrando bandera blanca” ayuda a explicar la coherente incoherencia de su política exterior. Es probable que la guerra comercial entre Estados Unidos y China ofrezca el próximo ejemplo.

 

“…cómo reaccionará Trump cuando sus aranceles comiencen a perjudicar a las empresas y a los votantes...”




(*) https://www.project-syndicate.org/commentary/trump-would-lose-trade-war-with-china-by-anatole-kaletsky-2018-09/spanish 

(**) Es economista jefe y copresidente de Gavekal Dragonomics. Ex columnista del Times of London, del International New York Times y del Financial Times, es el autor de Capitalism 4.0, El nacimiento de una nueva economía, que anticipó muchas de las transformaciones de la economía global posteriores a la crisis. Su libro de 1985, Costas del Incumplimiento, se convirtió en una guía influyente para los gobiernos de América Latina y Asia que negocian los incumplimientos de la deuda y las reestructuraciones con los bancos y el FMI.