En la Bolivia del siglo XXI la interculturalidad generalmente se resuelve a sopapos. La violencia sigue siendo la cara real de la interacción entre diferentes culturas que, en teoría, debe ser armónica. En muchos países de interculturalidad compleja y difícil, la violencia termina siendo una válvula de escape de unos individuos frente a otros que no pueden encontrarse interesantes y que simplemente se desprecian. Los insultos se regeneran y los ataques violentos tienen vuelo propio. Es una regla que vale para todos los países, incluso para los que dicen tener siglos de barniz social.

Habitamos un siglo XXI cuajado de recomendaciones a favor del “encuentro amable” entre diferentes, pero, eso es sólo una receta para foros internacionales. En el día a día, las agresiones frente a los inmigrantes, por ejemplo, es una circunstancia amarga de este sistema que no cuaja entre diferentes y es real. En Bolivia tenemos suculentas discriminaciones que nos acompañan desde la Colonia y las reeditamos diariamente en las escuelas, el club, la tienda y, por supuesto, en las iglesias.

En las ciudades del país es una mentira el guiño entre “marqueses” y “tampullis”. La ironía entre unos y otros es cosa de todos los días; aunque la pollera ha bajado de las montañas y ya habita restaurantes, aeropuertos y plazas de donde antes era desplazada. Sin embargo, no todo está resuelto; hay aromas que persisten y no se mezclan. 

Si a eso le sumamos la manipulación política y económica de estas diferencias para ganar guerras y entuertos políticos, estamos servidos; y las secuelas nos habitan y nos marcan y a veces nos destrozan. Cada desencuentro es un fracaso de la raza humana y nos deja imágenes calamitosas que abundan en episodios a cada cual más diferente pero todos espléndidamente bochornosos.

Recordemos algo de esto que ocurrió el 14 de septiembre del año pasado cuando se festejaba el 208 aniversario de Cochabamba y donde una “sinfonía” de gritos de “Bolivia dijo NO” y “Evo SI”, entorpeció la Sesión de Honor de la Asamblea Legislativa Departamental. En el podio, vestido de riguroso terno oscuro y corbata, estaba el vicepresidente del Estado Plurinacional de Bolivia, Álvaro García Linera, sin poder ocultar una situación de quiebre que irrumpe en la Bolivia del denominado “proceso de cambio”, liderizado por Evo Morales Ayma.

Un proceso de cambio que puede leerse como un esfuerzo elocuente para el encuentro entre diferentes y que también terminó mostrando algunas fisuras del libre mercado a favor de la batuta del Estado y que, pese a ello, las inequidades persisten: el Estado continua sin alcanzar a todos los marginados y ha sumado a nuevos ciudadanos a una situación de indefensión. Entre ellos, algunos de los que otrora vivían del Estado en función del mercado y que ahora son una nueva paradoja, en medio del todavía imparable populismo. Hay, en todo esto, una especie de repetición irresuelta casada al capitalismo indestructible y al marxismo de siempre.

El Álvaro no pudo contener los ruidos; en esto que parece ser el fin del proceso y que para otros no lo es tanto. Sea como fuere, las voces estridentes del “Bolivia dijo NO” y “Evo SI”, ese día se hicieron una triste y ruidosa competencia como mandando al precipicio todo signo de protocolo pero sobre todo de consistencia política: fue, a no dudarlo, el escenario de un suicidio sonoro de las consignas que no son otra cosa que ruido; fracasan por obra y gracia de su propio impulso.

Ese 14 de septiembre de 2018 las consignas fracasaron por inercia pero además porque se apoyaron en un ruido mayor: los golpes, los sopapos, las mechoneadas de pelo y los insultos: “india de mierda”, “birlocha tal por cual”, “khara desgraciada”. Lo hicieron como retrocediendo a la edad de piedra y aumentando el nivel de entropía. Con todo, las consignas también deben leerse como prolegómeno de un quiebre, más allá de las cáscaras, para poder ver las nueces.


FUENTE: EL DÍA 
AUTORA: VESNA MARINKOVIC 

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