Va siendo tiempo de aclarar definitivamente si el glifosato es o no es cancerígeno. Hay una gran confusión en medio de acusaciones de ida y vuelta y justificaciones que hasta el momento no han resuelto absolutamente nada: el glifosato, un compuesto químico presente en varios herbicidas del grupo Monsanto, continúa en el ojo del huracán. 

Más allá de lo que podría ser una simple y bullada polémica comercial; lo urgente es darle, al ciudadano de este mundo, una certeza al respecto. Las dudas no son buena compañía; menos cuando se trata de la salud. De manera que ya es tiempo de abandonar el terreno de lo ambiguo y el recurrente “sí, pero no” y exigir una explicación científica y contundente.

Por el momento, se mantiene el argumento- del lado de los que defienden el uso del glifosato en la agricultura-de que “todo es tóxico, todo depende de la dosis”, empujando a la conclusión de que, consecuentemente, el glifosato es tóxico, pero, depende de cómo se lo administre. Ergo, el elemento de toxicidad no ha desaparecido y se agrega la suceptibilidad de que si no se lo utiliza adecuadamente este es, en efecto, fatal.

Si nos movemos en esta dirección y en el contexto latinoamericano, donde generalmente quienes lo aplican son campesinos con poca información sobre los peligros de los modernos herbicidas; el peligro es real, no latente: para ellos y para quienes consumimos productos del agro rociados con glifosato. Este no es un tema de leguleyos en busca de ganancias suculentas, vía demandas millonarias a Monsanto, por ejemplo. Es un tema de salud pública y un derecho humano.

Si, como dicen los expertos en el tema, “El día de hoy, la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos (EPA) está dando un paso importante en su trabajo de revisión del glifosato”, quiere decir que no está totalmente revisado. Mis papás me enseñaron que, a la pregunta la respuesta, y además, contundente, sin ambages.

La prisa del mercado, de las ganancias y de la producción sin límites para abastecer la demanda mundial de alimentos, debido a un crecimiento de la población también sin límites; es parte de esta problemática que no se reduce al estrecho círculo del agricultor y su mercado: estamos hablando de productos alimenticios que tienen que ver con el equilibrio del hombre en el planeta: no es sólo mercado, no es solo producción, no es solo tergiversación de la información por parte de periodistas desinformados; es un tema que tiene que ver con la vida.

Si a estos dos problemas puntuales, es decir, la incertidumbre sobre la toxicidad del glifosato y el uso inadecuado del mismo; se suma la venta indiscriminada, en Bolivia por lo menos, de herbicidas peores, según un informe de CIPCA; asegurando que estos se venden “sin tregua, controles ni pena”, el problema parece ser mayor. Y es mayor aún si los envases que contienen estos herbicidas luego son utilizados para almacenar agua para consumo humano: estamos hablando de un círculo que no sólo es penoso sino que puede ser fatal y no hay información comprobada al respecto, estadísticas y menos control. 

Se ha informado que el Ministerio de Salud recién ha comenzado un estudio al respecto pero tampoco hay datos. Por el momento, las conclusiones de la OMS señalan que el glifosato es, al menos, un perturbador endocrino y que estaría en la base de varios casos de hipotiroidismo pero tampoco ha tenido una postura definitiva sobre si es aconsejable o no el uso del glifosato. Avanzado como está su uso, conocidas sus bondades en la agricultura y los planes de cultivar cada vez más y en mejores condiciones; lo saludable sería presionar a las instancias encargadas de la salud, el medio ambiente, a la academia y a los Estados; terminar con esta incertidumbre y dar una postura definitiva y contundente en esta materia. Los rodeos son insostenibles. 

Si la mala publicidad al glifosato es un tema de guerra comercial entre grandes transnacionales, es igualmente urgente aclararlo. Si el glifosato es peligroso “per ser”, habrá que dejar de consumirlo. Si es beneficioso para el agro, vía un manejo cuidadoso; habrá que demandar que su gestión y aplicación sea, de verdad, un tema de responsabilidad del más alto grado, al punto que se convierta en una política de Estado que incorpore desde estrategias, hasta actividades y tareas cuidadosamente elaboradas. Su uso, ni el de otros herbicidas, pueden ser tareas precarias.

FUENTE: EL DÍA 
AUTORA: VESNA MARINKOVIC 

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