La Paz se desploma. No es una exageración y tampoco es una novedad. El  2011 ya hubo un megadeslizamiento que provocó el derrumbe de casas y  puso en complicaciones a las autoridades de la sede de gobierno,  dejando un saldo amargo de damnificados. Pese a ello, la actividad  febril de La Paz no ha disminuido ni un minuto. Los medios cubrieron  con afán el último deslizamiento y destrucción de viviendas y luego  todos volvieron a sus rutinas: el terreno parecía haber recuperado  nuevamente su estabilidad.

Informes de prensa señalan que en 40 años La Paz ha soportado al  menos 50 deslizamientos de tierras y, sin embargo, la vida sigue. La  Alcaldía no toma recaudos, contundentes: construcciones suicidas en la  punta de cerros, en las laderas, en medio de quebradas y barrancos,  forman parte del paisaje de la sede de gobierno; son construcciones habitables más allá de todo pronóstico. Es una ciudad que crece sin  espacio, al punto que luce saturada, pero, crece.

En este marco, su habitabilidad ya no es un tema que incumba solamente  a la H. Alcaldía de la Paz; es un tema de política de Estado. Debe  crecer cuidadosamente planificada pues la hoyada ya quedó chica para  la cantidad de población que contiene y El Alto también. El censo 2016  del INE señala que el departamento de La Paz tiene 2.842.000  habitantes, convirtiéndose en el segundo departamento más poblado del  país.  

El boletín 2016 del INE indica que en el municipio de El Alto vive el  31,7% de la población del departamento y en el municipio de La Paz el  27,9%; mientras que 40,4% se distribuye en el resto de municipios. Son  números grandes mientras cada día más personas buscan desesperadamente  un sitio en el centro urbano más grande del altiplano andino; donde se  concentran mayores posibilidades de empleo, alrededor de la actividad  generada por la administración del Estado: el gobierno.  

El deslizamiento de hace unos días ha vuelto a poner los pelos de  punta a quienes observaron el desplome de casas sin dinamita de por  medio, ni aviones desquiciados que impacten como en las Torres Gemelas de Nueva York, por obra y gracia de algún interés subterráneo. El  desplome de casas en La Paz se debió, en este caso, a la precariedad  del terreno donde fueron construidas, poniendo en evidencia la  precariedad de las normas y regulaciones.

La alcaldía paceña ha declarado alerta máxima en las zonas afectadas  por el reciente deslizamiento y ha dispuesto, además, alerta naranja  en otras zonas aledañas que puedan presentar algún tipo de riesgo; en  una ciudad que, desde la época de la Colonia, soporta deslizamientos  de tierras. Hasta el momento, estos desastres generalmente son  encarados con “ayuda humanitaria”, con la reposición, en algunos  casos, de las viviendas y; luego, la logística de la construcción  precaria y sin regulaciones continua: La Paz está para contarlo. Los  políticos, no han hecho, hasta ahora, nada categórico al respecto; la  sede de gobierno de Bolivia se mantiene como una de las ciudades más  vulnerables y peligrosas para la vida y es un tema que debería formar  parte no del discurso político, sino de la gestión responsable de  quienes hacen política. Sugiero, claro.

FUENTE: EL DÍA 
AUTORA: VESNA MARINKOVIC 

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