Yo no quisiera pensar (sin prueba documental alguna) que el incendio de la catedral de Notre Dame tiene algo que ver con la decadencia de la Iglesia Católica; como dicen que ocurrió con el incendio de la biblioteca de Alejandría, después de eclipsarse la dinastía de los Tolomeos. Es decir, un tema de poder que se expresa en la destrucción de íconos imperiales, como antesala a lo que tiene que venir después, de manera irremediable.

Las crónicas de la época insinúan que la producción de conocimiento alrededor de la cultura Helénica, realizada por parte de la dinastía de los Tolomeos; cuya última descendiente fue Cleopatra, habría dejado de tener sentido especialmente tras la muerte de esta última y señalan que, para evitar la apropiación de estos saberes por parte de ajenos, lo mejor fue destruirla. Claro que también hay casos cuando los íconos, vivos o muertos, sirven de igual manera para adormecer al pueblo.

La catedral de Notre Dame, una de las edificaciones más emblemáticas del poder de la religión católica; ha soportado constantes daños, refacciones y restauraciones tan recurrentes como prolijas en todo el largo tiempo de vida que ostenta. Su arquitectura gótica no solo deslumbra; también intimida, acaso más por lo ceremonioso del término que en español significa: el templo de nuestra señora, la virgen; madre de Jesús, bajo cuya semblanza se erigen los templos más opulentos en la tierra. 

Sería triste, por tanto, que termine siendo apenas una tumba hueca, como lo que hoy queda de las Torres Gemelas en Nueva York o un burdo pretexto para levantar el poder caído de la Iglesia por efecto del desenfreno de gran parte de la casta eclesial. El Papa no ha dicho nada significativo después de los escándalos sexuales de los clérigos que han abusado por años a cientos de niños confiados a su poder. Por tanto, pensar en espectáculos dantescos como cortinas de humo para distraer a las masas religiosas, hasta podría ser una buena estrategia de disuasión o de instrumentalización.

En el mundo del poder, todo ocurre y todo puede ser ejecutado de manera lúcida, pero también de forma dantesca, como en efecto luce el episodio del incendio de la Catedral de Notre Dame, que comenzó a ser edificada nada menos que en 1130, como uno de los íconos concretos del poder real de la Iglesia Católica. Si éste no hubiera sido el móvil, es decir, una acción distractiva, es posible incluso que este nefasto acontecimiento tenga contornos económicos y hasta políticos y sea nada más que la antesala de algo extraño por venir; toda vez que la Iglesia Católica ha sido, durante siglos, el más claro sostén del mundo político y económico del poder global.

No nos olvidemos que el monarca Carlos I llegó a decir que “…el pueblo estaba más sujeto al poder del púlpito que al de la espada”, graficando la estrecha relación entre el poder político y el poder de la Iglesia Católica. Los tiempos, sin duda, han cambiado; los fieles católicos se han vuelto contestatarios, los medios han develado horrores cometidos al amparo de la cruz, han proliferado religiones de todo tipo y los escándalos sexuales protegidos por el Vaticano no han dejado de tener fuerza teutónica.

Si bien las suposiciones no son serías; estas pueden servir de abono para profundizar en el meollo de las cosas. En este marco, y al lamentar y criticar los tremendos delitos cometidos por miembros de la Iglesia Católica, y viendo que los fieles a esta religión han comenzado a demandar respuestas contundentes que han puesto a la Iglesia en situación de caída libre, es necesario indagar, preguntar y dudar. Es más, yo diría que es urgente hacerlo, aunque el incendio de la catedral solo hubiera tenido como causa, un simple descuido.

FUENTE: EL DÍA
AUTORA: VESNA MARINKOVIC


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