Estamos viviendo un mundo pendular a nivel global y en América Latina de manera particular: De los Kitchner a Macri, de Bachelet a Piñera y hasta de Rafael Correa a Lenín Moreno; mientras muchos de los regímenes denominados de izquierda, navegan su propia crisis y la cosa transcurre de manera extrema, sin puntos intermedios, y la cuerda se tensa para luego estallar en lo de siempre: la nada. Especialmente si leemos y escuchamos los discursos de los líderes que encarnan y hacen viable la posibilidad del péndulo.

Las posturas extremas no han resuelto, hasta ahora, gran parte de los problemas estructurales de la humanidad: el hambre, la falta de acceso a la salud y la educación, como elementos básicos indispensables para que el hombre pueda considerarse ciudadano de este mundo. Lo que queda es la agonía de un discurso que dice que antes se hizo esto, ahora se hace esto, y/o, ahora se hace esto, mañana hacemos lo contrario, y la humanidad sigue en ciernes y los liderazgos políticos en una crisis sin aliento.

Si miramos la historia de la humanidad, mientras se aplaudía el ascenso de posturas de derecha, se alistaban para el ascenso las posturas de izquierda, en luchas más o menos espartacas con razones vitales y otras no tanto, pero razones al fin, que han sabido exaltar al hombre hacia la esperanza para luego anclarlo, irremediablemente, en la decepción.

La historia nos muestra que tras el posicionamiento extremo, es decir, pendular; las oscilaciones retornan al centro en gran parte de los casos; y, en otros, se estancan en la nada; sin cambios de gestión en la administración de la cosa pública, sin ética, sin eficiencia, sin sensibilidad social y, son puro discurso envejecido, caduco e insoportable.

En esta dinámica de siglos, se han ido agotando los discursos. La gente está comenzando a reclamar desafíos contundentes mientras los líderes parecen estar enceguecidos con las luminarias del poder que les impide ver más allá del escenario que, parece ser, apenas, el reinado de los consuetas; soplando discursos para mantener el puesto, el poder envilecido y/o rescatarlo, mientras todo o casi todo sigue igual.

Muchos de los políticos en función pública, embebidos en el arte de lo posible, se solazan en gestionar el “país real”, distante de las promesas y los discursos; reeditando, para más colmo, lo criticable: bochornosos actos de corrupción, irremediables ineficiencias en la administración pública, inaceptables mentiras para captar el “voto boludo” del electorado, en medio de un cansancio que amenaza con hasta erradicar la nada, el rato menos pensado.

Si los niveles de racionalidad nos permitieran, al menos, la seguridad de que lo bueno hecho por unos quedará como políticas de Estado y lo malo será erradicado diligentemente para gestionar, discordes en concordia, la viabilidad de los países de manera conjunta y más allá de la angurria del poder y la billetera; sería posible vislumbrar cambios en la dinámica de enfrentar desafíos eternos y retos emergentes de esa inactividad y mediocridad política como son, en efecto, el deterioro del planeta, la inequidad de las políticas públicas y, entre otros, la negligencia en la administración del gasto.

Por el momento, el mundo entero y América Latina, de manera particular, está frente a muchas preguntas irresueltas; caldeando el desaliento, mientras el grueso de los liderazgos políticos, que parecen ser las marionetas del poder real, habitan la confusión, la mediocridad, la mentira como discurso altisonante, vigente pero desgastado. Entre medio, los medios replicando, de manera desbordada, este discurso.

La habilidad mediática, por tanto, también está en cuestión en la medida que gran parte de su agenda de preguntas y respuestas escarba, generalmente, lo intrascendente y la matiza con apegos político-ideológicos que, al final del día, nos muestran la misma lógica del desgaste que criticamos a la élite política. Ergo, la gráfica del mundo que habitamos, no hace sentido. Lo único contundente parece ser el hastío.

FUENTE: EL DÍA 
AUTORA: VESNA MARINKOVIC 

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