Después de varias evasivas y una conducta al parecer dirigida a ganar tiempo, el papa Francisco ha convocado finalmente “a todos los presidentes de las conferencias episcopales para una cumbre inédita sobre los abusos sexuales a menores en la Iglesia, un fenómeno que considera un "desafío urgente" para la institución”. Lo hace cuando la revelación de casos de pederastía, violaciones a niños y adolescentes no ha terminado de conmocionar al mundo.

Ha pedido orar por esta reunión, sin embargo, creo que el horror de los casos denunciados ya deberían tener a todos los culpables en las cárceles pues el tema ha trascendido la frontera de lo religioso para llegar al sitio de la jerarquía jurídico-penal. Los testimonios han sido tan elocuentes que han llegado al punto de exponer a las víctimas al sarcasmo e incluso al morbo pero no han logrado motivar una respuesta contundente de parte de la jerarquía eclesial, pese a que como dice el jesuita alemán Hans Zollner, que investiga este tema y ha presionado para organizar este encuentro convocado por el Papa: "Si uno encuentra a una víctima, escucha sus gritos de ayuda, sus lágrimas, sus heridas psicológicas y físicas, no puede quedarse indiferente".

No es aceptable que el Vaticano pretenda lanzar todos los humos de los inciensos de la Iglesia sobre un tema espeluznante y que debe acabar no solo con sanciones ejemplarizadoras, sino con un cambio profundo dentro de la estructura eclesial. Por el momento, la credibilidad de la institución católica está tocando fondo, la del papa Francisco también; sigue pidiendo “reconocer la verdad de lo sucedido”, mientras sigue exponiendo a las víctimas a situaciones de visibilización y humillación cuando la verdad ya ha sido condenada a nivel global.

La Iglesia desde hace varios lustros, no de ahora, que ha pedido perdón por los descalabros de sus religiosos; ha dictado algunas leyes y ha tomado limitadas medidas preventivas; pero, el fondo del asunto es que esta institución sigue siendo el espacio profundo donde se van a guarnecer los peores instintos, bajo las sotanas de los sacerdotes que, mientras rezan el rosario y elevan plegarias al cielo, van cometiendo deplorables vejámenes y violaciones en contra de niños, principalmente varones, pero también en contra de religiosas que moran en los conventos y las iglesias. El caso es patológico.

La Iglesia ha sido algo así como la isla dorada para los pederastas que en medio del silencio de los claustros han dando rienda suelta a sus bajezas humanas, asesinando las certezas de cientos de niños y lanzándolos a un precipicio casi sin retorno. Por cientos de años, la Iglesia, la Marina, las Fuerzas Armadas y la Policía, han sido refugio de muchos pederastas y también de homoxexuales bajo la lógica de que estos son “antinaturales”, recreando morbos propios y ajenos y encapsulando estas tendencias en lugares de puro hombres o puro mujeres y conviertiéndolos en muladares silenciosos de la humanidad.

Por tanto, el tema es complejo, pasa por acercarse al comportamiento homoxexual pero sobre todo a las patologías humanas y tratar, ambos temas, con la seriedad del caso. El tema no es de tendencias sexuales que buscan un cobijo, se trata de un comportamiento criminal que exige separar la paja del grano para atender un problema que debe ser resuelto con prontitud y respeto; no encubierto por el poder de los inciensos.

Sin embargo, leer que la Iglesia está segura de que: “en tres días no vamos a resolver el problema”, en alusión a la reunión convocada por el Papa, da cuenta del grado de liviandad con que la Institución está tratando un tema de tanta envergadura pues se trata, finalmente, del poder regulatorio más grande que ha tenido la humanidad; si cae la Iglesia, muchas cosas se derrumbaran, pero si sigue como está, la muerte es segura.

FUENTE: EL DÍA
AUTORA: VESNA MARINKOVIC 


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