El Gobierno ha anunciado la extinción de la Dirección Nacional de Fronteras (Dinafron) y ha creado el Comando Estratégico Operacional (CEO), para luchar contra el contrabando en zonas fronterizas, a través de la Fuerza de Tarea Conjunta “Pacífico”,  de acuerdo a reportes de prensa. La iniciativa comunicada, refiere la tendencia a “proteger las fronteras como algo vital para la seguridad y la prosperidad económica del país”.

El reto no tendría mayor observación si es que no estuviera limitado, como en teoría parece estarlo, a la represión antes que a generar desarrollo en las zonas fronterizas y una dinámica de integración que acabe con la lógica de vincular el cuidado de las fronteras; solamente a la fuerza bruta. Es decir, no creo que una política de fronteras, eficiente, tenga que ser necesariamente una gestión violenta.

Por el momento y tal cual se rubrican las instituciones dedicadas al cuidado de fronteras, salta a la vista la naturaleza represiva de las mismas: comando, lucha, fuerza, etcétera, etcétera, nos avisan que la dirección va por “combatir” en las fronteras y de ninguna manera por generar; en estos territorios, un espacio de encuentro y de integración dirigido a impulsar cooperación y desarrollo para el avance conjunto entre Estados vecinos.

La muralla china es una ruina romántica y no sabemos si efectivamente ira a concretarse el muro de Trump. Sea como fuere, el tema es que el mundo actual parece que está obligado a abandonar la belicosidad y escarbar, imaginativamente, en la negociación, la conciliación y la creación de oportunidades económicas, para enfrentar, con mayor éxito, no solamente procesos expansivos, migratorios y de contrabando; sino la vida misma para que el mundo trate de ser menos complejo y hostil.

Pienso que combatir un delito con otro delito no es la solución.  Es decir, enfrentar el contrabando de estupefacientes que es ilegal; asesinando contrabandistas, no es lo mejor aunque tenga sus atenuantes. Probablemente, generar fuentes de trabajo dignas tenga más efecto en el contrabando, que las balas, la represión, la fuerza conjunta de uniformados muchas veces cadavéricos, enseñando un fusil.

Creo que en todo esto debería haber un esfuerzo global por entender que las fronteras no deben ser territorios minados, peligrosamente belicosos, sino espacios de encuentro hacia un desarrollo sostenible. Ese esfuerzo probablemente podría incidir en situaciones de vecindad menos penosas y más proactivas a favor de crear incentivos económicos en regiones olvidadas por el Estado y los empresarios.

Por supuesto que no está mal contar con mecanismos de control de las fronteras para incluso hacer seguimiento a tratados internacionales, al contrabando que mata la producción nacional, pero, insisto en que sería mejor apostar por mitigar, al menos, el lado doloroso de ambos lados de las fronteras: la miseria y el subempleo.

Entiendo, por tanto, que una política de fronteras debiera partir de un análisis más innovador para atender de manera integral la situación de las personas que habitan estos territorios y, por otro lado, a la propia economía que no ha terminado de encontrar un derrotero común para que las oportunidades lleguen de manera más homogénea a las personas. Consecuentemente, no todo se resume a hitos, trazos y comandos belicosos para hablar de una política coherente de fronteras: la cosa parece estar en abandonar, inicialmente, la idea de que “el hombre es el lobo del hombre”.


FUENTE: EL DÍA
AUTORA: VESNA MARINKOVIC 

You have no rights to post comments