Vivimos tiempos putrefactos. A quien no le guste el término,  que deje de leer este artículo que habla de respuestas y silencios indignantes en esta sociedad del siglo XXI; compleja, violenta y con mucho de repetición. Los narcotraficantes matan en México todos los días como expresión de un poder sin nombre pero que transversaliza las finanzas mundiales y nadie dice nada; y, los políticos, expertos en el arte de mentir, han institucionalizado el engaño como parte de una gobernanza sin credibilidad y en muchos casos sin legitimidad, y a nadie le extraña. Somos un modo de vida que debería ser irrepetible.

México, donde más del 90% de sus crímenes se mantienen impunes, es un poco la síntesis de este mundo que me duele graficar. Es la síntesis por lo menos de América Latina y el Caribe donde los indígenas, los negros y las mujeres llevan la peor parte en una sociedad desquiciada por el hambre, la falta de oportunidades y la discriminación en medio de discursos políticos vacuos, insufribles, innecesarios y dispersos entre los medios de comunicación y las redes sociales, hablando de un “mundo mejor”

El asesinato de la hija de la diputada mexicana, Carmen Medel, del partido oficialista, ha puesto el tema de la epidemia homicida de México en todas las portadas de los medios pero será apenas por un tiempo; luego, volverá la calma asesina de todos los días en un país agobiado por la mafias del narcotráfico, que sustentan poderes invisibles pero reales y contundentes. La joven de 22 años, asesinada al parecer por equivocación, mañana será apenas un triste dato en una ciudad como Veracruz que ya ha reportado más de 1.000 homicidios este año, en un país que registra 22.000 homicidios, solo durante 2018.

El mundo ha sentido algo parecido a la desolación frente a este hecho inenarrable, pero estoy segura que la dinámica noticiosa pasará en los próximos minutos, horas y días, a otras noticias de impacto mayor o similar: el olvido parece ser la mejor terapia en una sociedad que ni siquiera tiene tiempo para leer lo que pasa a su alrededor: una crisis de violencia extrema que es espejo de una crisis moral inalterable que se ha convertido en el sentido mismo de la existencia; el único sentido que nos congrega, nos junta, nos hace ser: inmorales.

Gran parte de los gobiernos, ante la amenaza de perder poder, se nutren de armas incluso de destrucción masiva y no les importa si eso pasa por consolidar escenarios de guerra insufribles donde todo sea insostenible: el objetivo es no perder el poder. En este marco, donde  la conflictividad como la de Medio Oriente resulta ser vital como estrategia de contención del poder; lo más fácil para la vida resulta ser la muerte. Y hay muchos que se están relamiendo los bigotes, detrás de bambalinas.

En esa dinámica los gobiernos alistan sus estrategias de lucha y, al final, todo parece ser una macabra estrategia alrededor de la muerte. No están hablando de seguridad alimentaria, de salud y educación; están hablando de muerte, de combatir la ineficiencia de las políticas públicas con sangre, dolor y  luto. La pobreza, las inequidades en general, son enfrentadas con violencia institucionalizada como única respuesta y en medio del más absoluto silencio.

Los diputados mexicanos, algunos de los cuales son parte de este tipo de respuestas, dijeron, después del asesinato de la hija de su colega parlamentaria, que era urgente “pacificar México”. Sin embargo, mucho me temo que entre tanto no se resuelvan los problemas estructurales del hambre, la falta de acceso a la educación, la salud, la vivienda y un trabajo digno; la pacificación seguirá siendo una asignatura no solo pendiente sino imposible de efectivizar en este siglo XXI; lleno de adelantos tecnológicos y que, sin embargo, no han podido innovar una mayor calidad humana.  López Obrador ha propuesto dividir México en regiones para combatir la violencia, pero, no ha declarado nada contundente para eliminar las causas de esa violencia. Ergo, estamos en un mundo cada vez más putrefacto.

 
FUENTE: EL DÍA 
AUTORA: VESNA MARINKOVIC

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