La “fragilidad” de las ceremonias judiciales efectuadas para condenar a Henry Cabrera, el diputado masista, agresor de Karen Domínguez; ha puesto de manifiesto y, sin querer, la fortaleza machista presente en las estructuras del régimen de Evo Morales Ayma; elegido para cambiar cosas en Bolivia, nunca para reeditarlas. Ese fue el principio de la leyenda que esta “fragilidad” pone en tela de juicio pues los desenfrenos de un desquiciado han terminado convirtiendo el episodio en un problema político, de cuarta, pero político al fin de cuentas.

Para quienes crean que el poder lo cubre todo y lo resuelve con unas cuantas andanadas de dosis letales de presión política y algunas suculentas transacciones monetarias, decirles que están equivocados: más allá del sol que obnubila, está el universo repleto no solo de estrellas agónicas, sino también de mujeres que han tejido un pacto para evitar que la violencia de género sea silenciada, desviada o comprada. Hay un colectivo latente, expectante y activo, más allá de toda ceremonia político-jurídica armada para ganar. 

Sin embargo, hay mucho que hacer por delante. Falta desenmascarar a las propias instancias tradicionales de protección a la mujer que, en la mayoría de los casos, no van más allá del guión impuesto por redes de ongs descompuestas. También está la fragilidad judicial que, en este caso en particular, estuvo a cargo de una mujer que, sin mayor embrollo, dio curso a la solicitud de desistimiento que presentó la ex novia del diputado Henry Cabrera, quien había sido denunciado por maltratos físicos y sicológicos de espanto.

Por supuesto que también hace falta vencer el miedo a denunciar y, luego, crear callo para mantenerse en la brecha; pese a la presión del “macho” poderoso y desquiciado. Es urgente derribar mitos culturales donde el hombre es más macho si pega a la mujer y la mujer es más mujer si soporta golpizas de terror. Está, en contra del empoderamiento de la mujer, la ausencia de medios económicos para mandar al “macho” al bendito demonio y exponerlo en toda su miseria humana y salir al frente, sin dependencias económicas. Hace falta dinero, por supuesto.

Es imprescindible una adecuada formación de las mujeres para comprender, desde el inicio, que una relación violenta no cambiará ni siquiera bajo la promesa de “no agredirse”, como reza, ridículamente, la disposición legal en el caso que nos ocupa. En este ruedo, por supuesto que también es necesario que los agentes implicados sean profesionales probos y sensibles-no a la coima-, sino a la sentencia justa y equilibrada. Esto hace falta a gritos. Hay, por el momento en Bolivia, una dramática deficiencia de coordinación entre los administradores de justicia, los agentes de seguridad, y los actores en calidad de víctimas y victimarios. El resultado es alarmante, como el que comentamos, precisamente.

El modelo hegemónico de virilidad que ha pretendido teatralizar el “macho” Cabrera, en estos tristes días de tramoya, ha servido, paradógicamente, para poner en el tapete una realidad que no cambiara a menos que derribemos varios de los problema mencionados y, sobre todo, cuando las mujeres no solamente exijamos transparencia sino que también seamos impecablemente transparentes en la formación de una pareja e implacables en destrozar silencios cómplices y, sobre todo, para lidiar en el pantano de estiércol donde van a caer las denuncias de violencia intrafamiliar. 

Esto implica que los propios hombres permitan el tejido de una sociedad más justa, más equitativa y sobre todo, impecable. Supone que la sociedad entera debe involucrarse en tener una colectividad “sana”, libre de estas aberraciones. Para ello, los políticos deberán abandonar la retórica y dejar de pensar que la violencia solo es violencia cuando viene del lado de su contrincante político, y se comprometan a derribar el triángulo poder/violencia/negación de lo femenino que, en estos días, el “macho” Cabrera, ha tenido la virtud de ponerla en agenda, de manera pestilente.

FUENTE: EL DÍA
AUTORA: VESNA MARINKOVIC 

You have no rights to post comments