Trabaja en el momento que te toca, sé prudente y respetuoso de las personas, son algunas de las premisas que ostenta el código Samurai que da pie para hablar, apenas desde un pequeño ángulo, de la cultura japonesa y su intenso sentido de la armonía y del servicio, de la lealtad, del sentido de la vergüenza, de los modales refinados, de la pureza y la modestia, que se mueven en medio del silencio y las olas.

El Bushido o Código Samurai es, por tanto, un estilo de vida que si bien se desarrolló entre los siglos IX y XII, sigue siendo parte importante de la cultura japonesa donde la frugalidad, el honor, y la amabilidad entre las personas dan sentido extraordinario a sus días. Ahí está, por ejemplo, la práctica del Omotenashi, que me llegó por medio de una amiga, hablando precisamente de la vinculación que existe entre hospitalidad, armonía y servicio.

En el Japón, que etimológicamente quiere decir “origen del sol”, la hospitalidad es ya un orgullo nacional pues se la practica en todas partes: en las tiendas, en los ascensores, en las oficinas públicas donde, por ejemplo, todas las personas se sienten una especie de Dios a quien los empleados reverencian y prestan un servicio no solo de calidad sino con calidez. Los empleados utilizan un nivel de lenguaje llamado Keigo, que es respetuoso y altamente considerado.

Este servicio impecable hace que en Japón los trámites en las oficinas públicas se realicen de manera eficiente y sin problemas. Dicen, los que cuentan sobre este estilo de vida, que si por alguna causa uno tiene que esperar más de la cuenta, por problemas en algún servicio, recibimos disculpas y algún tipo de compensación, solo por el tiempo perdido que no estaba en agenda.

Por si fuera poco, la cultura japonesa tiene instituido que cuando alguien hace algo bueno por otra persona, esto obliga a realizar una acción similar a favor de otra persona; construyendo una especie de “cadena de amor” que, sin duda, hace de la vida algo muy diferente a la que estamos acostumbrados a apreciar en occidente. Estas actitudes de servicio, amabilidad, hospitalidad y armonía, se expresan con la palabra “omotenashi” que, al fin del día, se traducen en un peculiar arte de convivencia y de buenas costumbres.

Y, hablando de arte, el kintsugi es también algo de imprescindible mención: es el arte japonés de remediar las cosas rotas, especialmente cerámicas o porcelanas; bajo la creencia de que una cicatriz es una oportunidad de superación. Esto implica que los objetos rotos son reparados con resina espolvoreada de oro, duplicando su valor, a partir de su transformación y fisura.

De esta manera, una grieta y/o una cicatriz, son la circunstancia mediante la cual se logra no solo una transformación sino el embellecimiento del objeto, a partir de un episodio traumático, de fractura y pérdida. Dicen que “el kintsugi es silencioso y manifiesto. Sólo el reparar un incidente doloroso, mediante la utilización del polvo de oro, es aceptarlo como una alhaja, como una raya luminosa en la piel del tigre”.

Con el fin de alcanzar lo que los japoneses consideran el “definitivo absoluto”, un estadio donde no existiría el miedo y los errores; el código Samurai, basado en el zen y, entre otras religiones, el sintoismo; se convierte, a no dudarlo, en un ritual de vida en la tercera economía más grande del planeta. La idea que queda es una manera cuidadosa de mirar la vida, fluyendo en medio de un todo armónico y silencioso pese a los tsunamis que, bajo esta visión, apenas serían una fisura para que los japonés agreguen mayor fuerza a sus vidas, después de la adversidad.

FUENTE: EL DÍA 
AUTORA: VESNA MARINKOVIC 

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