Cada año nuestra cultura permite que se talen millones de hectáreas de bosque tropical para dar paso a actividades agropecuarias y plantaciones forestales no sostenibles en América Latina y el Caribe. En Bolivia esto se conoce como “el chaqueo de árboles” y de tanto escucharlo no provoca ni siquiera estremecimiento: es algo ya institucionalizado en el imaginario colectivo. El humo que provoca es admitido y hasta casi invisibilizado. Más allá de unas cuantas alergias, no nos incomoda.

Durante su gestión como director ejecutivo de la Autoridad de Fiscalización y Control Social de Bosques y Tierra (ABT), Cliver Rocha dijo que Bolivia perdió alrededor de 300.000 hectáreas de bosques por la deforestación legal e ilegal solamente en 2010, pero luego el dato quedó como una cifra muerta, ni siquiera anecdótica. Los organismos internacionales como la CEPAL, dependiente de las Naciones Unidas, anualmente recomiendan no talar bosques; sin embargo, la práctica tiende a incrementarse a medida que lucrar con la madera da buenas ganancias. La industria de la madera es globalmente fructífera y es difícil que alguien pueda pararla con buenas intenciones a favor del medio ambiente. También se tumban árboles para habilitar sembradíos de coca, cuyo mayor porcentaje está destinado a la producción ilegal de cocaína, un negocio millonario que tumba conciencias y hasta gobiernos.

Esto quiere decir, en buen romance, que el poder de la economía viene siendo lo único definitivamente determinante. Y claro, con decir esto no hemos descubierto la pólvora, solamente la nombramos; a la pólvora, quiero decir.  Las zonas de bosques tropicales no son parte de la acción de los gobiernos. Eso lo dice la CEPAL. Agrega que en el marco de esta práctica, América Latina y el Caribe presenta una reducción del 9% de su superficie cubierta por bosques y solo han mostrado claros indicios de aumento de sus zonas boscosas Chile, Costa Rica, Cuba, San Vicente y las Granadinas, Santa Lucía y el Uruguay, hasta el 2010. Al mismo tiempo, la CEPAL indica que la región mantiene una tendencia ascendente en cuanto a la emisión de dióxido de carbono, como consecuencia de las actividades humanas provenientes de sectores como los de la energía, los procesos industriales, la agricultura y los residuos (sin considerar la eliminación de CO2 por los sumideros). Si atendemos con detenimiento, la película parece de terror, pero, a nadie le importa porque “no se nota”. Solamente lo hacemos cuando enfrentamos algún episodio también terrorífico como un tsunami o algo que nos habla de las agresiones mortales que le venimos haciendo a la “madre tierra”. Luego, muy luego, nos olvidamos y volvemos a nuestra práctica depredadora en busca de ganancias jugosas y, en algunos casos, se dice, del desarrollo. Aquí es cuando creo que tenemos que preguntarnos qué tipo de desarrollo es el que estamos apuntalando cuando el que se ejerce está dejando estragos a su paso.

Por ahora, solamente tenemos la referencia de que, en el largo plazo, los países desarrollados estarán obligados a introducir cambios estructurales en los patrones de producción y consumo de energía y a la relocalización de actividades altamente emisoras de su aparato productivo, sobre todo en China y otros países asiáticos. En América Latina y el Caribe esta situación no sufre cambios, ni indicios significativos de cambio estructural de sus patrones de producción y consumo de energía y de transformación de los usos del suelo, lo dice la CEPAL.

El manejo sostenible de los bosques no ha cuadrado en el imaginario colectivo de los bolivianos. Las agendas mediáticas están saturadas de episodios políticos tristemente irrelevantes, en detrimento de notas que hablen del medio ambiente, sus incertidumbres y desafíos. Nuestra cultura a favor de los bosques, incluso de los “arboles” que habitan nuestras ciudades, es menos que precaria. Lo contundente es que, sin ellos, la vida se está agotando.


FUENTE: EL DÍA
AUTORA: VESNA MARINKOVIC 

You have no rights to post comments