La Corte Internacional de Justicia (CIJ), de La Haya, fungió como un verdadero “cementerio de elefantes”. Ahí, precisamente ahí, fueron a morir de pie y en pleno siglo XXI, nuestros grandes y casi infinitos sueños de retorno al Pacífico para, sobre todo, apuntalar el desarrollo nacional puesto que una salida al océano incide, significativamente, en las finanzas públicas de un país. 

No es la única salida, sin duda, pero es una de las más importantes y nos fue arrebatada por un exceso de ineficiencia política de las autoridades bolivianas que posibilitaron la nefasta Guerra del Pacífico, en 1879, junto a un exceso de ambiciones de empresarios chilenos e internacionales, alrededor del salitre o “guano maldito”: el combustible estrella de ese momento y la madre de esa batalla en un territorio que solo existe, para los grandes poderes planetarios, cuando se trata de explotar sus inagotables recursos naturales.

Los intereses económicos diagramaron, en ese momento, la suerte de los países involucrados como marionetas en esta nefasta contienda. Los resultados fueron los que hasta el 1 de octubre de 2018 pretendimos ignorar: una mediterraneidad contundente, asfixiante pero real para Bolivia; y, un territorio milagrosamente rico en cobre que fue sumado, a partir de la guerra del salitre, a una franja precaria, que es el territorio chileno, y que se traduce, por tanto, en su realidad geopolíticamente más importante a defender. No importa cómo.

Pretendimos, hasta la ingenuidad, buscar una salida negociada de retorno al Pacífico y nos privamos de buscar salidas alternativas a nuestra mediterraneidad. Soportamos la consolidación despectiva pero eficiente de la defensa chilena de su territorio anexado; y, nosotros, jugamos nuestras cartas al amparo de pasiones humanas, generalmente lejos de una política de Estado en el tema marítimo que nos permita, sólidamente, identificar nuestras posibilidades.

En el ruedo, Chile hizo gala de su diplomacia de altura y de sus habilidades de jugador de Poker. Bolivia se caracterizó por una conducta errática y recién en el gobierno de Evo Morales, exteriorizó una política de Estado alrededor del tema marítimo, pero, le faltó experiencia. Le sobró soberbia, exitismo, ingenuidad de todas formas, y no calibró su discurso: mostró todo lo que llevaba a la batalla de La Haya. Incluso al final y conocidos los resultados, Evo Morales no pudo disimular su descontento, en un escenario de máscaras de cera.

La CIJ nos dijo lo que no quisimos escuchar hasta ahora: que guerra perdida está perdida. Lo dijo diplomáticamente y, sin siquiera ruborizarse, nos mandó a negociar; seguramente por otros cien o doscientos años más, con un interlocutor no válido y seguro constructor de su geopolítica amarrada, además, a esos intereses que mueven el mundo. En el medio, nosotros, sin descifrar el mundo real donde, por ejemplo, se afirma que Antofagasta "fue, es y será chilena", sin desparpajo y con arrogancia, olvidando la historia.

La respuesta de la CIJ fue sorpresiva sobre todo porque nos encandiló al proclamarse inicialmente “apta” para conocer la demanda boliviana cuando, para este tribunal, la misma había nacido muerta. Nos involucró en una dinámica cruel que supuso, más allá de los excesivos como innecesarios gastos y emolumentos a jueces locales e internacionales, y a toda esa comitiva improductiva que abultó los espacios de La Haya; un retorno a la esperanza. ¿Por qué lo hizo? Esa es una pregunta para la historia que no debería morir.

Lo que queda ahora es rearmar país. Es urgente resolver nuestras limitaciones de ser mediterráneos y dejar de depender de puertos chilenos para más del 75% de la carga que entra y sale del país. Si las caídas son las que nos enseñan a andar, que esta sea la oportunidad para enmendar errores y mirar el país más allá de fuegos artificiales.

La solución a nuestra mediterraneidad no puede volver a pasar por las luminarias del poder político, sino por los caminos de la solidez, la prudencia y la eficiencia. Necesitamos ser un país mediterráneo con un claro y estratégico manejo de nuestro territorio, ríos y lagos, y de una visión que nos haga autosostenibles, a pesar de nuestra mediterraneidad. Ese debe ser el desafío real de quien quiera ganar el desencanto abrumador que hoy nos inunda, a todos. No necesitamos más espejitos de colores.

FUENTE: EL DÍA
AUTORA: VESNA MARINKOVIC 

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