La tecnología está que arde. Casi todo lo puede y nosotros, los seres humanos, parece que nos estamos quedando atrás, irremediablemente rezagados y peligrosamente expuestos a desaparecer. ¿A desaparecer? Parece que sí, y todavía no lo hemos terminado de advertir en medio de la fiebre del avance tecnológico que solamente nos exhorta a “actualizarnos” a la velocidad del rayo luz.

No es que quiera ser apocalíptica pero es que estoy en estado de alerta. El otro día fui a un banco a realizar un trámite y salí pensando: demoré demasiado en ser atendida y lo peor de todo es que mientras esperaba; constaté que varios escritorios habían desaparecido y en su lugar se habían colocado computadoras. El cambio me produjo cierto estremecimiento; no tanto por el nivel de tecnologización de dicho banco sino por la desaparición de personas.

La desaparición de personas significa que muchas de ellas están objetivamente sin trabajo y que los usuarios del banco; si no queremos quedarnos sin poder gestionar nuestros ahorros, deberemos ser expertos en tecnología de banca más temprano que tarde: toqué los bordes de la computadora con cierto miedo, yo que la quiero tanto, y me di cuenta que debo ir por más. Debo ser una experta en materia tecnológica y no sé si es lo que más quiero y si es el tiempo de las autodeterminaciones o de las imposiciones cibernéticas.

No sé si a nosotros, que ya no tenemos el chip tecnológico de nuestros hijos nos resultará tan fácil este cambio de época que parece ir en contrarruta del ser humano y a favor de la máquina, pero estoy pensando que debemos pensar. Max Tegmark, director del Future of Life Institute (MIT), en el adelanto de su libro “Vida 3.0: ser humano en la era de la inteligencia artificial”, me acerca más a estos adelantos que, sin embargo y como él dice, pueden terminar en desastre.

Me explico, a partir de Tegmark: la inteligencia artificial puede presentar riesgos y oportunidades similares para la humanidad. Él dice que en un futuro cercano la tecnología puede ofrecernos un mundo habitado por robots resolviendo desde nuestros problemas domésticos hasta los más complicados como crear curas para nuestras enfermedades y hasta “ordeñar” la energía de los denominados agujeros negros; pero, advierte que si no somos capaces de manejarlos adecuadamente, es posible que nuestra supervivencia se vea amenazada por esta misma inteligencia artificial.

Según Tegmark, es posible que a este nuevo esquema tecnológico dominante “no le interese nuestra supervivencia” y agrega que para evitar situaciones apocalípticas, se debería abrir un debate global para orientar el desarrollo tecnológico en esta aldea global. Habla de tomar en cuenta las desigualdades generadas por la automatización del trabajo y la importancia de realizar un “esfuerzo filosófico” que permita acordar qué es bueno para la humanidad para luego “inculcárselo a las máquinas”.

El tema es, sin duda, complejo y de última generación. Me deja pensando que si hasta ahora no hemos podido infundir, a nivel planetario, los valores que hagan sostenible y equitativa la vida en el planeta tierra y nos hemos echado a perder en egoísmos y competencias aceleradas por quien es más millonario y poderoso que el otro; veo difícil conciliar el arte de crear un contexto de equilibrio global para enseñar a las máquinas un mundo mejor: con argumento de vida, donde triunfe la vida.

Por  el momento sigo recapitulando lo que vi en el banco: en los escritorios que han desaparecido, en los empleados que en virtud de la tecnología han perdido sus puestos de trabajo, y en las personas mayores que en un tiempo más estarán obligadas a “actualizarse o morir”. Un tema que también me preocupa es la cantidad de tiempo que terminé perdiendo en un banco afanado por acomodarse a la tecnología, entre otras cosas, para ahorrarle tiempo a sus clientes. (¿?)

FUENTE: EL DÍA
AUTORA: VESNA MARINKOVIC 

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