La educación no solo sirve para tener un buen pensamiento, más allá de la inteligencia particular de cada una de las personas; también sirve para dar una buena respuesta en tiempo y espacio. La importancia de un buen sistema educativo es que permite, además, que esos pensamientos y las respuestas a esos pensamientos, puedan ser recibidos de manera ajustada por la mayor cantidad de personas; creando un equilibrio no solo a la hora de pensar, sino también al momento de emitir un mensaje y recibirlo; es decir, durante el proceso de información de ida y vuelta.

Estamos hablando, si se quiere, de la “racionalidad de la acción social”, planteada por el filósofo y sociólogo alemán Jurgen Habermas, a partir de un sistema de pensamiento que se desarrolle bajo el paraguas de una política de educación que nos haga poseedores de conocimiento para discernir el pasado, el presente y el futuro, “como parte de una teoría reflexiva trascendental de sabiduría emancipadora”, a partir de la evolución cultural y tecnológica. 

Este es un tema vital para enfrentar los duelos presentes en un mar de racionalidades que nos habitan cambiando usos y costumbres de manera galopante; y supone una reflexión contundente sobre nuestros saberes concentrados en nuestro sistema educativo y, si cabe, científico, para evitar un sometimiento a la mera racionalidad tecnológica, y nos permita situarnos cerca de la “sabiduría” propuesta por Habermas. 

Resulta urgente, en estas circunstancias, darle importancia prioritaria al sistema educativo en general pues este tiene un rol decisivo a la hora de capacitar talentos científicos y tecnológicos, así como en el desarrollo de investigaciones que trastoquen lo cotidiano y nos alcancen; de la mejor manera posible, los vericuetos del saber para conseguir una sociedad mejor. Países que hoy ostentan el rótulo de potencia así lo han entendido y mucho de lo que ahora tienen se sustenta, precisamente, en el conocimiento que han podido desarrollar.

No por nada se dice actualmente que China no ha logrado consolidar, pese a todo, su imagen de nuevo rey global solamente porque no ha podido ensanchar su propia tecnología y conocimiento más allá de los enormes avances que está realizando este país asiático en materia de aplicaciones tecnológicas, que no es precisamente innovación. Es decir, China es particularmente eficiente en copiar, en imitar patrones científicos y tecnológicos pero si hay algo que aun hoy frena su poderío; es que no es todo lo innovadora que debiera ser, en todos los ámbitos, para dar el gran salto.

Ergo, los países tienen que tener en el conocimiento, la ciencia, la tecnología y la investigación, su soporte mayor para hablar de cambios y elaborar una nueva concepción propia de sociedad a tiempo de desarrollar una teoría crítica de los procesos sociales, económicos y políticos, por los que tiene el desafío de transitar en busca de respuestas urgentes a un mundo que parece desencantado y trotando hacia su propia autodestrucción.


FUENTE: EL DÍA
AUTORA: VESNA MARINKOVIC 

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