Bueno, finalmente, el mundo está comenzando a entender que el mayor riesgo global es el cambio climático: éste ha dejado de ser un slogan para convertirse en una meta de desarrollo global.  Claro que en este escenario no todos tienen las mismas obligaciones y oportunidades para encararlo con eficiencia y prontitud.

Prontitud debería ser, además, la palabra clave, incluso en América Latina y el Caribe donde nos toca vivir.

Si no lo hacemos pronto, las futuras generaciones ni siquiera podrán contar con los servicios ambientales que contribuyeron al desarrollo en las generaciones pasadas, dice la secretaria ejecutiva de la CEPAL, Alicia Bárcena, cuando precisa que aunque el crecimiento económico de gran parte de los países de la región se ha acelerado en el último año, su dinámica de largo plazo continúa limitada por una macroeconomía poco favorable a la inversión, a la diversificación productiva, y marcada por una insuficiente incorporación de tecnologías, además de grandes brechas sociales y crecientes costos ambientales.

En este escenario, Bárcena considera urgente revertir esa situación y explorar más plenamente las complementariedades que existen entre igualdad, eficiencia productiva y sostenibilidad ambiental. Destaca, en consonancia con ello y con la Agenda 2030, tres ejes de acción y sus sinergias: una macroeconomía para el desarrollo, un estado de bienestar basado en derechos y aumentos de la productividad, y la descarbonización de la estructura productiva, las ciudades y las fuentes de energía.

Observa que el cambio climático, como el mayor riesgo global, hace más urgente una inflexión en el estilo de desarrollo. Sostiene que es parte de una crisis que, como toda crisis, tiene la doble cara de la amenaza y la oportunidad; y lo dice justo cuando, a diferencia del pasado, un mapa de riesgos climáticos, adorna las oficinas de los más grandes inversionistas globales. Para ella está claro que las estimaciones de los costos derivados de sus efectos muestran que no solo afectará al crecimiento económico, sino que golpeará intensamente a los sectores más vulnerables y tendrá grandes consecuencias sociales.

El panorama se complica cuando ella afirma que, si no se toman medidas urgentes, las futuras generaciones no podrán contar con los servicios ambientales que contribuyeron al desarrollo en las generaciones pasadas y precisa que la falta de una gobernanza global eficiente para controlar estos procesos y prevenir y mitigar sus efectos, exacerba el riesgo de que el deterioro del medio ambiente se vuelva irreversible.

“Para enfrentar el calentamiento global es necesario cambiar la matriz energética y de transporte, así como los patrones de producción y consumo, como explícitamente propone la Agenda 2030, que llama también a reflexionar sobre las distintas dimensiones del desarrollo y reclama una mirada integral”, precisa y exhorta a pensar en un nuevo estilo de desarrollo, es decir, en cómo se ordena y organiza una sociedad para la producción, la distribución y el consumo de bienes y servicios, cómo se habitan sus espacios y cómo se articula el crecimiento económico con la calidad de vida.

Por el momento, la aldea global que habitamos mantiene su dependencia concreta de los combustibles fósiles y el acercamiento a las energías renovables no ha dejado de ser una asignatura pendiente en muchos países, especialmente en América Latina y el Caribe donde gran parte de los países no tienen, precisamente, las mismas oportunidades que otros países del orbe para encararlo con prontitud. Con todo, el discurso está en pleno auge.

FUENTE: EL DÍA
AUTORA: VESNA MARINKOVIC 

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