Si Uruguay es “la sociedad de los poetas muertos del fútbol”, como titula un artículo del Wall Street Journal, aludiendo a las dotes de Tabárez; su entrenador, que hace del deporte una especie de oda al equilibrio del ser humano, más allá de la obediencia ciega a la competencia; Argentina es “la sociedad de los fascistas activos del fútbol”. Permítanme el rodeo, después de ver la forma cómo este país ha comenzado a tratar a Lionel Messi; el astro mayor de su equipo futbolero, concluida su actuación en el mundial Rusia 2018.

El orden aquel donde los hombres han dejado de ser ciudadanos para ser solamente la voz del pueblo; es un régimen fascista, pues el ser humano se degrada a ser, apenas, un “timbre” de voz exaltando la voracidad de un Estado único, insustituible y donde su sobrevivencia solamente es posible si renuncia a sus propios derechos. Se trata, por tanto, de un poder vertical, autoritario y sin lugar para la disidencia; donde solo cuenta la obediencia ciega al poder y al deseo de la colectividad, lejos de los derechos personales de cada uno de los ciudadanos.

En el ruedo del fútbol ocurre algo similar. Es decir, los jugadores dejan de pertenecerse a sí mismos para encarnar solamente la voz del equipo único; explotados en sus sentimientos de miedo y frustración y construidos para provocar la exaltación de sus públicos a escala mundial, sobre la base de juegos implacables y exigidos a trascender en una orgía galopante de goles o morir. 

En ese escenario incontenible de violencia para producir la euforia planetaria de los hinchas; podría decir que esta competencia deportiva se ha convertido en un espacio definitivamente depredador del ser humano. Una plaza moldeada para enardecer el fanatismo mundial, a costa de fichas humanas; exigidas hasta el martirio, a cambio de un soplo de gloria, para, finalmente, producir ganancias monstruosas a los dueños del futbol: la FIFA.

La competencia saludable parece haber desaparecido en aras de la guerra. Ya no hay “lucha por el juego” sino “juego para la lucha”. Los jugadores, esos que “distraen” a los fanáticos del futbol en este escenario mundialista, están casi afiebrados, notablemente extenuados por tanta pretensión; prácticamente enloquecidos por ganar. Si ganan, son exaltados a nivel de divinidades. Por el contrario, si pierden, son descendidos hasta los infiernos, despiadadamente.

En esta lógica de orden autoritario permanente, o de juegos imposibles de jugar; el futbolista está presionado a convertirse en un héroe. Si no lo hace, merecerá la repulsa inmediata y despiadada; pero, a la vez, repulsa inaudita, pues no ha entendido que en el juego lo que importa es competir, no ganar. No cabe duda de que estamos frente a una lógica de guerra, como todo fascismo lo es en esencia y esa, precisamente esa, es la imagen que ha ventilado Argentina en este mundial, en relación a Messi.

Para ejemplo de muchos, Lionel Messi, ese hombre al que yo no veo casi nunca pues no me apasiona el fútbol, es un ser humano de excepción, más allá del endiosamiento al que ha sido sometido por esta lógica de guerra. Por suerte existe Messi más allá del orden frío de la FIFA y de “la sociedad de los fascistas activos del fútbol”, para seguir recreando el fútbol por amor al arte. Messi no ha dejado de ser un jugador excepcional, goleador de lides futbolísticas de lujo y ganador inobjetable de una treintena de campeonatos, muchas veces en solitario. No es un producto enardecido e irrelevante de las barras bravas; se debe a su esfuerzo y a su mística y ese será su mayor logro hasta el final de sus días.

Fuente: EL DÍA 
Autora: Vesna Marinkovic 

You have no rights to post comments