La situación en el mundo está tensa. Pocos parecen advertir que estamos en el marco de lo que ya podría ser denominada una Tercera Guerra Mundial. Los poderes mundiales están en apronte. Estados Unidos, Reino Unido y Francia atacaron en abril al régimen sirio de Bashar al-Assad asegurando que no podían tolerar un ataque químico contra civiles sirios, mientras la situación camina a ser un claro enfrentamiento entre Rusia y Occidente.

La belicosidad de las relaciones internacionales entre actores clave del poder mundial, va en aumento. Las relaciones entre los Estados hace tiempo que superaron los cuentos de Las mil y una noches. No se advierte la voluntad de encuentros. Entretanto, la gente muere en Siria. Los medios parecen no tener acceso a la prueba clave en medio de datos que solo contienen acusaciones mutuas.

Las estrategias del mal bien pueden ser, precisamente, esta medida de desorden mundial; una entropía con datos sueltos, inconexos y banales que no conducen a nada más que a sustentar la violencia con el claro objetivo de ganar la hegemonía mundial en un mundo que al parecer no puede caminar hacia la bipolaridad del poder. El fin de todo, el poder, siempre, aunque duela.

Europa, el escenario tradicional de las confrontaciones bélicas de la humanidad está preocupado. Pero, sobre todo, está cansado y desencantado con la forma tradicional que tienen los grandes líderes mundiales de resolver los temas de la pobreza, el hambre y el no acceso a la educación y a la salud. Ahora debe sumarse, también, la ineficiencia en resolver los problemas energéticos de la humanidad y el cambio climático. Dos temas puntuales, vitales, para el nuevo desencanto de la humanidad.

En efecto, si revisamos el comportamiento del planeta en estos últimos tiempos, vemos inundaciones severas en varias partes del globo sin mayor respuesta ni solución. Terremotos insufribles, erupciones volcánicas de infarto, represas hidroeléctricas desfasadas y, el mundo parece seguir inmutable; perdido en sus guerras de poder para seguir manejando el mundo como siempre, por siempre.

En este escenario de conflictos y temas pendientes; agudizado por los problemas en Medio Oriente, se ha dado un incremento en los precios del petróleo que ha llegado a sobrepasar los 70 dólares el barril. Expertos en el tema consideran que un incremento en los precios del crudo no arregla inmediatamente la situación de crisis del sector, pero, los tiene contentos. Desconfían de picos muy altos, aunque aseguran que el precio actual es el ideal para la industria.

Sin embargo, el petróleo, que transversaliza las agendas económicas de todos los Estados, provocando equilibrios y desequilibrios en sus finanzas y que es la madre de todas las batallas; también tiene mucho que ver con la estabilidad e inestabilidad medioambiental del planeta. En esta línea, qué bien por las nuevas señales en los precios del crudo, qué bien por sus posibilidades de incentivo a la industria más poderosa del planeta. Sin embargo, hay la urgencia de que este recurso adquiera, en algún momento, la cualidad de árbitro mayor del buen orden mundial. Su importancia podría permitirle ese desafío. Por el momento, el planeta no parece estar listo para concederle, al petróleo, el rol de preservador de vida: el derrotero parece ir por otra dirección.

Quiero decir, con esto, que los recursos naturales “per se” no son ni buenos ni malos en si mismos; todo depende del uso que se haga de ellos. Ahí parece radicar el desafío vital de estos tiempos contemporáneos, tan vapuleados por la constancia de la ira y la violencia, principalmente a partir de un manejo irracional de los recursos naturales.


FUENTE: EL DÍA
AUTORA: VESNA MARINKOVIC

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