La Iglesia siente vergüenza por los abusos sexuales de esta institución católica en Chile, lo acaba de decir el papa Francisco. Sin embargo, estos abusos son tan frecuentes que ya pueden ser catalogados como parte de la tradición católica. Decirlo de esta manera no es un abuso, es parte de una realidad que por siglos ha sido encubierta y hoy no se ha resuelto pese a los recurrentes discursos de la curia eclesiástica: muchos sacerdotes del mal lo siguen haciendo, otros quedaron impunes y, muchos otros, están en la clandestinidad protegida. 

La Iglesia católica es una institución que por siglos ha sido el poder detrás del trono de monarcas, dictadores, afamados y hasta impopulares presidentes. Su poder generalmente se ha servido del dogma para reinar. En este proceso, ha utilizado y utiliza a fieles religiosos incautos, tanto y tan bien como lo hacen algunos líderes políticos para perpetuarse en el poder, a título de defender a los pobres y a los marginados y sus derechos.

Desde el púlpito, hablaban y hablan de Dios, la virgen, los santos arcángeles y querubines, y se persignan estudiadamente en las liturgias  públicas. En privado, violaban y violan -a niños sobre todo- con todo el poder que les da la curia católica apostólica y romana. Es una institución que ha perdido mucha credibilidad, pero mantiene su poder económico; por tanto, las denuncias sobre sus excesos apenas duran unos días en los medios y casi no llegan a los juzgados.

El papa Francisco dice que se siente indignado y plantea el tema como si fuera algo que acaba de ocurrir y, sin embargo, se trata de un tema que no ha terminado de ser desempolvado. Se mantiene impune bajo las teclas del poder, más allá de recurrentes denuncias. Las vocecitas de miles de niños abandonados, recogidos por la magnanimidad de las iglesias, en orfanatos de terror, no han terminado de escucharse: son apenas un eco endeble de un drama que no ha concluido y que se recicla.

Hasta el 2017 la prensa registraba más de cuatro mil víctimas y cientos de curas involucrados en abusos sexuales a menores dentro de la Iglesia católica en Australia. Se trata solo de un país, la cifra a nivel mundial debe ser espeluznante y, sin embargo, la Iglesia no ha hecho lo suficiente para luchar en contra de la pederastia al interior de sus claustros. Por tanto, la reciente afirmación del papa Francisco, preocupa, no alienta.

Soy una persona creyente, pero, estoy en contra del dogma y de las instituciones que lo utilizan para perpetrar calamidades, sobre todo en contra de los niños. Estoy tan en contra de estas situaciones como lo estoy en contra de aquellos políticos que utilizan a los pobres para salir de pobres y atrincherarse en el poder. La mentira de los hombres sobre la tierra es una estrategia exitosa, no hay duda, pero estoy convencida de que ya no es posible seguir reciclándola. No por nada hay muchos paradigmas, instituciones y credos en crisis.

Retornando a la iglesia, creo que debe revisarse en serio y con mucha humildad. Su continuidad misma es la que está en riesgo. El pontificado es cada vez menos relevante, más allá de si el actual Papa llegó a niveles de gestión, algunas veces apreciable. Los desechos de esta institución moral están siendo altamente nocivos. La Iglesia no puede seguir siendo un antro de depravados sexuales, en nombre de Dios. Tiene la obligación de ser un verdadero recurso moral, esa es su razón de ser.

FUENTE: EL DÍA
AUTORA: VESNA MARINKOVIC 

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