Algo huele a humo en las democracias latinoamericanas, el desencanto parece haberse reciclado y la participación en elecciones democráticas ha comenzado a descender. En las recientes elecciones presidenciales de Chile el 53,3% de 14.347.288 votantes, no fue a las urnas, mientras algunas pancartas señalaban que: ”ya no basta con votar”. Da la impresión de que están surgiendo demandas por encontrar nuevos modos de entender la democracia y sobre todo de vivirla.

En América Latina los años ochenta significaron un despliegue efectivo hacia la construcción de regímenes de democracia representativa. Se avizoraba una luz al final del túnel, después de años turbulentos de regímenes de facto-como el del dictador Luis García Meza en Bolivia-, que tuvieron que replegarse hacia sus cuarteles de invierno, tras una vergonzosa estela de crímenes y desfalcos a las arcas estatales.

La presión social hizo posible la emergencia de sistemas democráticos, con el voto como herramienta indispensable para apuntalarnos, darles forma y esperanza. El voto definiendo la titularidad del poder político institucional (Lazarte) comenzaba a ser una realidad largamente esperada. Sin embargo, en poquísimo tiempo de práctica política, el sistema de partidos comenzó a perder legitimidad: una triste historia de acuerdos parlamentarios por el manejo del poder transparentó nuevamente una ruta política corrupta e ineficiente.

Como respuesta concreta, única y salvadora, comenzaron a irrumpir en el escenario político latinoamericano líderes como Lula da Silva, Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa, Néstor Krischner y Michelle Bachelet, representando el cambio en la región. Con muchos de ellos desaparecidos o denunciados por actos de corrupción, su falta de legitimidad ha terminado provocando, en muchos, el “abandono de la imagen de la revolución posible”.

Ergo, “ya no basta con votar”. Tampoco basta tener líderes de plazuela hablando bonito o paternalmente: hay un baldazo de incertidumbres que debe ser despejado con la acción eficiente y no solamente con oratoria. Parece que nuevamente han emergido espacios sin perspectivas y que la política no ha dejado de ser nunca un espacio de conflictos, solamente para que unos cuantos pocos se regodeen en el poder.

Lo real, después de los comicios electorales de Chile, es que la democracia “participativa”, aquella que solo existe cuando el ciudadano tiene que ir a votar, también está en crisis. Más allá o más acá de que el sistema democrático es hasta ahora el mejor para mantener estructuras de mediación entre el Estado y la sociedad civil; como en efecto son los partidos políticos, hay que husmear profundamente el armazón democrático en América Latina.

Considero vital que estas estructuras de mediación no desaparezcan. Pero estas deben ser fortalecidas en procura de construir espacios ciudadanos libres, propositivos, contestatarios y con alto sentido de las proporciones políticas, económicas, sociales y éticas. Los partidos políticos concebidos solamente como escenario de conflicto o de apariencias, deben ser erradicados: hasta ahora no han conseguido más que recalentar la ausencia real de acontecimientos fundamentales para la vida de las personas en sociedad.

Habitamos una cultura de desencanto que debe ser reivindicada, al menos. El voto ya no basta. Hace falta un sustento teórico que emerja de las realidades del siglo XXI. Las visiones que nos habitan ya no representan en muchos casos ni siquiera una posibilidad de síntesis social y/o como diría Martin Hopenhayn, de plena integración entre el Estado y la sociedad. La abstinencia de los chilenos, nos está hablando de este clima social que vale la pena considerarlo.

FUENTE: EL DÍA
AUTORA: VESNA MRINKOVIC