Hace pocos días en Santa Cruz de la Sierra se realizó un evento denominado Innovación para el desarrollo sostenible, patrocinado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). El mensaje de fondo fue la importancia creciente de la tecnología para generar diferentes niveles de desarrollo, en un momento cuando se dice que ya somos parte de la cuarta revolución industrial.

El evento me permitió sacar a colación la silenciosa pero contundente batalla ganada por los combustibles fósiles-frente a las renovables-, de la mano de la tecnología del fracking y señalar, sin riesgo de equivocación, que los combustibles fósiles se han reposicionado en la matriz energética global, y lo han hecho exitosamente, precisamente a partir de una innovación tecnológica.

Ergo, han sido los combustibles fósiles y no así las renovables, los que han producido un cambio significativo en el negocio energético logrando que Estados Unidos no solo se autoabastezca de gas y petróleo, sino que también exporte combustibles no convencionales.

Si a esta situación le agregamos el punto de vista de aquellos que consideran que el derrumbe de los precios del crudo ha sido propiciado por quienes detentan el poder de la industria de los hidrocarburos, para “alargar” la vida de los combustibles fósiles como el gas y el petróleo, y “jugar su última partida antes del advenimiento de las energías renovables”, tenemos un escenario energético de alta complejidad.

Es decir, confrontaremos un escenario con sobreoferta de combustibles fósiles, precios bajos del crudo por mucho tiempo, pocas utilidades en el sector y, según algunos analistas, habrá casi cero de inversión en exploración de hidrocarburos. Un panorama plagado de incertidumbres que es importante analizar a la luz de las nuevas tendencias tecnológicas.

Esto no quiere decir, por supuesto, que habrá que renunciar a la tecnología. Por el contrario, se espera que la innovación, de la mano de la tecnología, promuevan transformaciones económicas, políticas y sociales de nuevo tipo a nivel global y, especialmente, en los países que tienen mayor grado de desarrollo. Consiguientemente, su atención ya es un tema de política pública.

Por el momento, la edición genética y la inteligencia artificial, por ejemplo, podrían tener una alta incidencia en el futuro de la especie humana, y el mundo de las ciencias y la tecnología ya nos habla de que en 2050 se podrá tener bebés genéticamente modificados, junto a una producción agrícola más resistente a los nuevos desafíos planteados por el cambio climático.

Al mismo tiempo, será posible lograr embarazos a partir de células somáticas del paciente, extraídas de la piel, solucionando situaciones de esterilidad tanto en hombres como mujeres; así como implementar nuevas profesiones con mayores niveles de ingresos. El avance de todas estas nuevas tecnologías sin duda que demandará una estructura institucional distinta, nuevas regulaciones y, sobre todo, normas éticas que permitan el desempeño adecuado de estos avances, sin riesgo para el conjunto de la humanidad y del planeta.

Los reparos inherentes a la aplicación de las nuevas tecnologías en el incremento de desigualdades a nivel de grupos humanos y países, por supuesto que también se muestran como una asignatura pendiente de reflexión y exigen una mayor inversión en educación e información, como exigencia indispensable de un nuevo tiempo moldeado por obra y gracia de la tecnología.

FUENTE: EL DÍA
AUTORA: VESNA MARINKOVIC