Los grupos dominantes han mostrado su poder no solo en la fuerza bruta, lo han hecho también imponiendo su forma de entender el mundo, de hablar, de bailar, de cantar e incluso de reír. Hay muchas formas de risa que son imitadas simplemente porque vienen de alguien que tiene poder. Mire con detenimiento su entorno más íntimo y podrá fácilmente comprobarlo.

Hay hijos que ríen como los padres, porque este les inspira temor o admiración y tratan de imitarlo; para congraciarse o para sentir que son un poco como él. Un detalle apenas que, sin embargo, alude a una situación de poder puntual. Diremos, entonces, que el poder es la capacidad de influir sobre el comportamiento de una o varias personas para que actúen de determinada manera ( Wilhelmy von Wolf, 1969:8). 

Este ha sido un comportamiento recurrente no solo del poder político-que se traduce en lo que algunos llaman el posicionamiento de la cultura del más fuerte- en la dinámica de construir saberes que responden a una forma de concebir al ser humano y su historia sobre la tierra. Ha ocurrido de distintas formas y principalmente a partir de la comunicación verbal y no verbal; y, más tarde, utilizando distintos medios como son la radio, la televisión y ahora también las redes sociales.

 Esto nos permite decir que el poder-incluido el político-crea hábitos de vida que pueden ser de visión; es decir, de cómo es que miro y entiendo el mundo;  y de comportamiento, por supuesto. Los medios masivos de información-junto a las redes sociales-ayudan a internalizar mensajes que tienen que ver principalmente con la producción y sobre todo con la reproducción del poder político “uniformando” criterios o por lo menos persiguiendo tal efecto.

De manera que cuando usted escucha una publicidad en la radio, la televisión y las redes sociales, en muchos casos puede terminar como sujeto de un proceso de subordinación político-cultural por medio de los mensajes que recibe, sin haberlo imaginado siquiera. Estos mensajes llegan con ritmo propio, por gestión y determinación de las clases que controlan el poder y, más allá de nuestras propias mediaciones, que pueden actuar de filtro, es probable que usted termine persuadido y/o subordinado, aunque también saturado.

Los mensajes dispersos entre los medios expresaran, mayoritariamente, el punto de vista de quien administra el poder y el objetivo central será persuadir al conjunto de la población sobre las ventajas de las mercancías ideológicas difundidas, invisibilizando al contrario. Lo harán con idioma y hasta entonación propia. Su presencia en los medios se convierte en una contundente imposición de un orden determinado.

Por tanto, se puede decir que el poder no es democrático y menos casual. Me animaría a afirmar que es naturalmente autoritario, impositivo, planificado y negador del otro casi por defecto. Con todo, habrá que añadir que por mucho poder que uno tenga, puede resultar, en la práctica, que una sobresaturación de información unidireccional, termine generando un efecto bumerang para los fines de “doblegación cultural”.

Por tanto, me ronda la pregunta de si las clases que eventualmente detentan el poder pueden, objetivamente, abstraerse de la tentación de suministrar una “cultura uniformada” por la vía de una invisibilización del otro y de la imposición, sin correr el riesgo de devaluarse en el proceso. Muy probable que la tentación no este cantada pero el resultado tampoco.

FUENTE: EL DÍA 
AUTORA: VESNA MARINKOVIC