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Es el primer jueves de otoño en Bulo Bulo (Cochabamba), la tierra que se asemeja a un sauna a cielo abierto y en la que sus habitantes están acostumbrados a ver caer hasta cinco aguaceros en un mismo día. 

A las 9:30, sin preludios, llueve y empaña los vidrios de las oficinas de la estatal Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB) y de la contratista surcoreana Samsung Engineering Co. Ltd. encargada de dar vida a la gigantesca planta de amoniaco y urea en la que se incorporó tecnología global.

La obra tiene un avance físico del 99,42%. Eso significa que la planta está en la fase de comisionado y puesta en marcha. Le falta concluir las obras de infraestructura como pavimentación, pintado y señalética.

En cuestión de minutos la lluvia baña al gigante de metal en el que se invirtió $us 844 millones y le encharca sus calles, algunas asfaltadas, otras rellenas de piedras diminutas, y sus zonas de tierra amarillenta.

Los cascos blancos con el logotipo de YPFB, los botines color café y los uniformes azules de los funcionarios, bolivianos y coreanos, se empapan.
Después de 10 minutos, deja de llover y vuelve la alta temperatura con humedad que ensopa en sudor la humanidad de los que laboran en la zona.

Para Eduard Gutiérrez, Director de Obra del primer complejo petroquímico de Bolivia, y para los hombres y mujeres de traje azul, este otoño no será un otoño más. Será el otoño en el que la planta de Bulo Bulo parirá por primera vez en la historia del país 2.100 toneladas de urea granulada por día. 
Serán pepitas de oro blanco que saldrán del gas natural extraído de la planta Carrasco (Cochabamba) situada a 14 kilómetros del complejo. 

Las pepitas que tendrán un tamaño de entre 2 y 4 milímetros caerán en forma de lluvia blanca en el almacén de recepción que tiene un espacio para guardar 20.000 toneladas.
Eduard, un ingeniero petrolero nacido y curtido por el clima del Chaco de Villa Montes (Tarija) y terminado de criar en Santa Cruz, explica que desde el 2013 a la fecha unos 3.000 especialistas de 16 empresas de diferentes países comieron, trabajaron y sudaron codo a codo para que nada falle. 
La obra de metal y cemento está edificada en 24 hectáreas de un total de 246 que ocupa el proyecto. En la etapa final, solo quedan funcionarios de unas seis empresas subcontratistas en la estructura pintada de color amarillo, plomo y azul.

La obra tiene una ingeniería sui géneris y nunca antes probada en Bolivia. En sus entrañas que afloran a la vista de todos, tiene tuberías desde ¾ de pulgada hasta tuberías de 80 pulgadas de diámetro. Sus torres superan los 70 metros de alto que se equiparan a rascacielos que echan humo blanco y espeso con dirección al cielo.

Por esas entrañas de metal serán digeridos, en los próximos días, 50 millones de pies cúbicos diarios de gas para ser transformados en amoniaco y urea. A los ojos de los especialistas coreanos y bolivianos eso representa el nacimiento de la industrialización del gas.

A Eduard, no le hacen mella las constantes lluvias, la humedad, las altas temperaturas, ni los mosquitos de Bulo Bulo. Tiene más de tres décadas de experiencia en el sector energético. Fue partícipe desde el minuto cero hasta su puesta en operación de       la planta de separación de líquidos de Río Grande y de      la planta de Gas Natural Licuado (GNL), ambas en Santa Cruz. 
Conoce la planta de amoniaco y urea como la palma de su mano porque está en la zona desde que era monte.

Para él la obra es un sueño hecho realidad y lo emociona caminar por sus accesos para fiscalizar con precisión de relojero que funcione cada una de las piezas en medio del sonido de los motores y turbinas que operan las 24 horas. 
En el calendario de objetivos de YPFB, sus ejecutivos saben que abril será el mes de las pruebas de fuego. 

FUENTE: EL DEBER