El estado de sequía por el que atraviesan al menos cuatro departamentos en Bolivia como La Paz, Potosí, Chuquisaca y Cochabamba (tradicionalmente), me mantuvo pensando en la gestión de las autoridades que nos gobiernan. Durante los momentos más álgidos de esta problemática lo más recurrente fue encontrar, en los medios, la repulsa generalizada de la población y una permanente actitud de justificar la situación a partir de lo que no se había hecho en el país durante los años de “neoliberalismo” y/o de la ineficiencia de las autoridades designadas al amparo del color político circunstancial.

El resultado derivado de estas posturas no tuvo ninguna incidencia en la solución del problema, en las infecciones estomacales y las afecciones a la piel de los usuarios de este líquido elemento que les comenzó a llegar  precariamente y hasta en algunos casos, peligrosamente, debido a la acción- tardía-de las autoridades nacionales y locales. Leasé gobierno nacional y municipal. Pasada la efervescencia del problema, la prensa fue volcando su atención hacia temas de coyuntura como, por ejemplo, las fiestas de fin de año, mientras el problema no se había resuelto y subsiste.

La dramática ausencia de agua en estos departamentos sin duda que se debe a la falta constante de políticas públicas y de planificación permanente, participativa y profesional de la gestión pública del país, pero, va más allá de colores políticos: es principalmente un tema de “know how”. También es atribución de los gobernados que dejamos en manos de los gobernantes la gestión a favor del país, las ciudades y los departamentos, en una actitud igualmente reprochable, alejada de propuestas conducentes. 

Puesto que el sistema de democracia representativa no ha resuelto la mayoría de los problemas atinentes al ámbito público y tampoco lo ha hecho el precario orden de democracia participativa, es indispensable concentrarnos en nuevas formas de hacer las cosas, con resultados efectivos. Nuestras urgencias “postmodernas”, no solo en el tema del acceso al agua, son distintas y merecen de nuevos enfoques.

El discurso sin ideas sustanciales de los líderes políticos, junto al igualmente simplista de la mayoría de los “expertos” en disciplinas ligeramente vinculadas al agua, se ha tornado en el nuevo tedio para los bolivianos que leen y escriben. Los mensajes generalmente inconsistentes que deambulan entre los medios de información al respecto, tienen el mismo efecto, mientras las soluciones de fondo no llegan.

De manera que del “hábito” de vivir sin agua potable, muchos están pasando al de los paliativos siempre presentes: dermatólogos, pastillas para matar bichos, y silencio absoluto sobre posibles contaminaciones irreversibles entre las personas que consumen aguas en mal estado.

La gestión pública, consiguientemente, exige convertirse en una tarea extremadamente responsable. Distante de posturas mediáticas, veleidosas e interesadas, por ejemplo, en la hegemonía político-ideológica de turno y/o en su defenestración. La inconsistencia de la gestión del agua en Bolivia; un país con importantes recursos en esta materia, ha tocado fondo, y ello no es solamente un tema político que incumba al oficialismo y a sus detractores; es una cuestión de vida o muerte que pasa por repensar la administración pública y la deteriorada acción ciudadana, de manera urgente.

FUENTE: EL DIA 


AUTORA: VESNA MARINKOVIC