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Según la Cepal, el estudio sistemático de los escenarios energéticos globales a largo plazo ayudaría a mejorar las políticas pertinentes de la región; en un mundo donde ya no se puede hablar de un desarrollo sostenible, sino, de “un estilo de desarrollo que se ha vuelto insostenible” y que amenaza el crecimiento de las generaciones futuras.

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Cepal: “la producción de agua REQUERIRÁ DE MÁS ENERGÍA”

Según la Cepal, el estudio sistemático de los escenarios energéticos globales a largo plazo ayudaría a mejorar las políticas pertinentes de la región; en un mundo donde ya no se puede hablar de un desarrollo sostenible, sino, de “un estilo de desarrollo que se ha vuelto insostenible” y que amenaza el crecimiento de las generaciones futuras.

 

ENERGÍABolivia

 

Las distintas formas cómo el hombre ha ido manejando hasta ahora las respuestas a su demanda de energía, nos adelantan un mundo caótico y conflictivo, si no hacemos un alto en el camino. Algunos expertos de la CEPAL auguran, a lo sumo, un mundo donde “los desastres naturales irían en aumento y la población ejercería presión política para instituir normas estrictas de emisión, cobrar por tonelada de carbono emitido y reducir los subsidios indiscriminados” y evitar la inseguridad y los conflictos.

 

Asimismo, consideran que la reducción de la brecha dependería de cuatro factores: eficiencia hídrica y energética, cambios tecnológicos, exigencias ciudadanas y acuerdos políticos nacionales y mundiales para imponer rigurosas normas de emisión. Aseguran que la adopción temprana de estrategias de crecimiento verde mediante el uso de nuevas tecnologías generaría más empleo e inversión, con lo que las nuevas tecnologías se irían transformando en una opción cada vez más atractiva.

 

Desde esta perspectiva afirman que la proyección de escenarios mundiales y nacionales hacia 2030 contribuiría a que los países se enfilaran lo antes posible en la dirección más conveniente y aseguran que “América Latina podría ganar tiempo si tomara conciencia de los trabajos realizados, generara lo suyo y alentara el debate nacional y regional sobre estos temas”.

 

La Cepal está convencida de que el estudio sistemático de los escenarios energéticos globales a largo plazo ayudaría a mejorar las políticas pertinentes de la región en un mundo donde ya no se puede hablar de un desarrollo sostenible sino de un mundo cuyo estilo de desarrollo se ha vuelto insostenible y que amenaza el desarrollo de las generaciones futuras.

 

UNA LECTURA APOCALÍPTICA

 

La lectura sobre escenarios del momento y futuros en América Latina y el Caribe es casi apocalíptica en el documento denominado Planificación y prospectiva para la construcción de futuro en América Latina y el Caribe, con textos seleccionados entre 2013 y 2016, por Jorge Máttar y Mauricio Cuervo.

 

Para empezar, el documento en cuestión señala que los escasos estudios sectoriales que se han realizado con perspectivas de 10 o 20 años, sobre temas de energía, agricultura o medio ambiente en la región, no se someten a una instancia coordinadora que les otorgue la coherencia necesaria para configurar una estrategia y recala, de principio a fin, en “el poder de los recursos naturales”. Señala que el crecimiento demográfico y económico hará que en las próximas décadas se expanda velozmente la demanda de energía, agua, minerales y alimentos.

 

“En los países de menores ingresos, el aumento del consumo tiene un alto componente de bienes materiales, a diferencia de los países avanzados, donde es más alto el componente de servicios. De ahí que en África, Asia y América Latina se elevaría el consumo de alimentos y proteínas, bienes duraderos, electricidad y transporte. Si para 2030 las llamadas capas medias del mundo se expandieran de 2.000 a 5.000 millones de habitantes, el impacto sería descomunal”, precisa.

 

“La demanda de recursos naturales en los países en desarrollo se dispararía”, subraya y agrega que el requerimiento de acero, electricidad y transporte se elevaría en un 100% y el número de automóviles crecería sustancialmente (Dobbs y otros, 2011).

 

En este punto, el documento visibiliza la preocupación central de muchos organismos internacionales como es el del crecimiento demográfico y destaca que la FAO prevé que la población mundial alcanzará los 9.000 millones para 2050, con el consiguiente aumento de la demanda de productos y la creación de nuevos hábitos de consumo debido a la rápida urbanización.

 

En esta línea, proyecta que la demanda de alimentos crecería en un 70%; el consumo de cereales pasaría de 2.000 millones a 3.000 millones de toneladas y el de carne, de 300 millones a 500 millones (FAO, 2009). Según la Cepal, “esta realidad supondría una enorme presión sobre los recursos naturales”.

 

PRESIONES SOBRE EL AGUA Y LA TIERRA

 

Para la Cepal resulta interesante comparar el cambio gestado en la primera década del siglo XXI con el período anterior. Refiere que en el siglo XX, la población creció cuatro veces; la demanda de productos alimenticios, minerales y energía aumentó entre un 600% y un 2.000%, mientras que la producción creció cerca de 20 veces y agrega que un dato sorprendente es que en el siglo pasado los precios medios bajaron a la mitad, mientras en los primeros años del siglo XXI han aumentado perceptiblemente (Dobbs y otros, 2011).

 

“Si persisten estas tendencias, la FAO anticipa que habrá fuertes presiones sobre el agua y la tierra. La tierra cultivable adicional escasea y se calcula que solo cubriría el 20% de la futura demanda de alimentos. El 80% restante deberá provenir de mejores tecnologías y un mayor rendimiento, eficiencia y ahorro. Los escenarios desfavorables advierten que el aumento del precio de los alimentos y el hambre podrían dar lugar a explosiones sociales”, señala.

 

Al preguntarse sobre cómo evolucionarán los precios de los alimentos y cuál será su impacto en la pobreza y la seguridad alimentaria, el documento sostiene que esto dependerá de cuánto crezca la oferta de avances tecnológicos. Adoptar a tiempo y con firmeza las medidas necesarias permitiría acelerar la aplicación comercial de las innovaciones.

 

Precisa que la tecnología agrícola de precisión, la biotecnología, los sistemas inteligentes de interconexión eléctrica, la mayor eficiencia de las plantas eléctricas, fundiciones y otros procesos industriales y el mejoramiento de las redes de transmisión y distribución, podrían redundar en el ahorro de agua y electricidad.

 

CAMBIO CLIMÁTICO

 

Según el documento mencionado, la oferta de alimentos también dependerá del cambio climático. Agrega que la mayoría de las prospecciones avizoran alteraciones pluviométricas que afectarán las cosechas y asegura que igualmente compleja es la situación de los acuíferos, cuya sobreexplotación ocasionaría bajas importantes de la producción.

 

“Este es un tema de especial repercusión en América Latina, región que cuenta con tierras y agua, pero no con políticas ni programas con 10 o 20 años de previsión en materia de obras hidráulicas, nuevas tecnologías y ahorro que permitan prepararse para dichos cambios, entre otras cosas, mediante la industrialización y la especialización en alimentos procesados”, anota.

 

Refiere que es válido preguntarse si es compatible el aumento del consumo esperado con las metas de protección medioambiental acordadas por los países para hacer notar que, en el escenario más optimista en cuanto a innovación, hacia 2030 la actividad humana generaría anualmente cerca de 48 gigatoneladas de carbono, que podrían hacer subir la temperatura del planeta en más de dos grados centígrados (Dobbs y otros, 2011).

 

Considera que para que dicho aumento no supere los dos grados centígrados, en 2030 las emisiones deberían limitarse a 35 gigatoneladas al año y que respetar este techo exigiría una evolución sustantiva de la estructura productiva hacia el crecimiento verde.

 

DEFORESTACIÓN, EROSIÓN Y DESERTIFICACIÓN

 

El documento refiere que la continua deforestación para ampliar las áreas agrícolas y producir leña incrementaría la erosión y la desertificación, en tanto que el agotamiento de los recursos pesqueros amenazaría la seguridad alimentaria, pero, señala que en contraposición, podrían surgir oportunidades de innovación, inversión y producción sostenible.

 

Al respecto acota que McKinsey Global Institute señala 15 ámbitos de acción para superar esta tensión, entre ellos, promover la eficiencia y el ahorro de energía, elevar el rendimiento agrícola, reducir la pérdida de alimentos, disminuir las fugas de agua, mitigar la degradación de los suelos, mejorar la calidad de la gestión, cambiar los hábitos y elevar la eficiencia en la producción de minerales (Dobbs y otros, 2011).

 

“En un mundo urbanizado, también contribuiría a reducir esas brechas la planificación con miras a acortar recorridos e incorporar transporte público de calidad, así como autos eléctricos o impulsados por biocombustibles. Muchas de estas actividades tendrían una alta rentabilidad y generarían nuevos empleos de calidad”, dice.

 

MUCHA AGUA PARA BIOCOMBUSTIBLES

 

Según el documento la falta de agua afectaría la agricultura y limitaría la producción de energía, actividad que hace un uso intenso de agua fresca para fines de enfriamiento.

 

Al precisar que el 70% del agua consumida en el mundo se destina a la agricultura, indica que a fin de garantizar su seguridad alimentaria, algunos países han adquirido tierras agrícolas en África y América Latina, como parte de las estrategias para superar la inseguridad alimentaria, destacando que por ahora una manzana de 150 gramos requiere 125 litros del preciado líquido; un kilogramo de pollo, 4.325 litros, y uno de carne de vacuno 15.415 litros (Water Footprint Network, 2013).

 

Acota que después de la agricultura, la demanda principal de agua proviene de la manufactura, la minería y la generación eléctrica, cada una con un 5% a un 10% del total. En esta línea, estima que la demanda de agua para producir energía crecería dos veces más rápido que la demanda de energía y agrega que la extracción y procesamiento de combustibles fósiles y el transporte y riego para producir biocombustibles requieren, a su vez, mucha agua (AIE, 2012).

 

Destaca que, a su vez, la producción de agua requerirá de más energía, ya sea para desalinizarla, bombearla desde profundidades mayores o trasladarla a puntos más distantes, precisando que la relación entre el agua y la energía será más estrecha y que ambas deben analizarse conjuntamente (Consejo del Atlántico, 2011; Cardwell y otros, 2009, págs. 42- 49).

 

Mediante el gráfico 1 indica que el 80% del aumento de consumo de agua debe satisfacerse por vías distintas al ahorro, mediante el aumento de la productividad y remarca que esto pone de relieve la necesidad urgente de enfrentar la potencial escasez y prestar atención a los distintos escenarios que se plantean.

 

Destaca que muchos depósitos de agua subterránea se han sobreexplotado y no son recuperables, y los glaciares, gigantescos depósitos de agua dulce, se están perdiendo por derretimiento. Para los expertos de la Cepal, estas limitaciones podrían compensarse en parte con nuevas tecnologías: i) energías renovables cuya generación requiera menos agua; ii) desalinización a costos más bajos; iii) mejoramiento de la infraestructura para evitar fugas; iv) nuevos embalses y acumulación de aguas de lluvia, y v) disminución del riego tendido y su sustitución con riego por goteo.

 

A MODO DE CIERRE

 

En términos generales y pese a la crisis derivada del descenso de los precios del crudo, el documento pronostica un buen ciclo para los combustibles fósiles, y un crecimiento poco expectante de las energías renovables que para 2030 representarían un tercio del incremento de la generación eléctrica proyectada.

 

Remarca que “la gran demanda de petróleo provendrá del transporte debido a que los países emergentes experimentarán una expansión del parque automotriz, que antes de 2035 podría llegar a 1.700 millones de vehículos”. En base a un informe de Shell International del 2008, indica que, para entonces, la demanda de petróleo habría aumentado a cerca de 100 millones de barriles diarios. Sin embargo, indica que se muestra como imprescindible “aumentar la oferta energética y hacerla más sostenible para evitar desastres”.

 

A modo de conclusión, la visión cepalina hacia la construcción de una visión de desarrollo de largo plazo para la región, plantea “un esfuerzo informado, colaborativo e incluyente, de modo que la visión de futuro resultante sea producto del mosaico de las visiones de diferentes grupos sociales de la región”.

 

Remarca, en este contexto, la importancia del potencial transformador de la revolución tecnológica en momentos cuando la lentitud de la recuperación de la economía mundial ha aumentado las demandas por un nuevo ciclo de inversiones y patrones más igualitarios de distribución del ingreso, con el objetivo de reanimar la demanda efectiva y reconducir la economía a un sendero de crecimiento y pleno empleo.

 

“Para gobernar mejor en el mundo del futuro próximo es indispensable fortalecer la capacidad prospectiva y la reflexión estratégica, a partir de la investigación y el uso formal de sus protocolos teóricos y metodológicos que son una fuente irreemplazable de generación de conocimiento objetivo”, recomienda.

 

Más allá del texto, lo evidente es que la región está en el ojo del huracán debido, paradógicamente, a la cantidad de recursos naturales que contiene. Asimismo, su crecimiento demográfico no deja indiferentes a los hacedores de políticas públicas y resalta, como urgente, la necesidad de una mayor planificación para encarar desafíos futuros que tienen que ver, fundamentalmente, con el manejo sustentable de la energía y, en general, de todos los recursos naturales y, por supuesto, de la tecnología, en el marco de una mayor investigación y nuevas políticas de alianzas.

 

…algunos países han adquirido tierras agrícolas en África y América Latina, como parte de las estrategias para superar la inseguridad alimentaria…”