Conseguir que Estados Unidos sea la mayor superpotencia en el desarrollo de energías renovables del mundo, es una de las propuestas que ha formulado la candidata demócrata Hillary Clinton, frente a su oponente republicano Donald Trump, en una de las elecciones presidenciales más controvertidas de este último tiempo.
Apostar por las energías renovables, en un país con una industria petrolera de larga data no es poca cosa y, sin duda, se muestra como un reto que pocos países están en condiciones de asumir en momentos cuando la generación, hasta ahora más barata aunque la menos sostenible, es la que llega precisamente vía los combustibles fósiles como son, en efecto, el carbón, el gas y el petróleo.
En esta línea Clinton propone, por ejemplo, generar suficiente energía renovable para alimentar a todos los hogares de Estados Unidos, con 500 millones de paneles solares instalados al finalizar la primera Legislatura (cuatro años); y, de esta forma, reducir un tercio el gasto energético en hogares, escuelas, hospitales y oficinas apostando por políticas de eficiencia energética.
Asimismo, ha planteado reducir un tercio el consumo de petróleo sustituyéndolo por combustibles más limpios y vehículos más eficientes, lo que implica una clara incidencia en un transporte eléctrico para, entre otras cosas,  reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en un 30% en 2025 con respecto a los niveles de 2005 y adoptar medidas para reducir las emisiones en más de un 80% para 2050.
Ella considera que esta propuesta energética “servirá de catalizador para nuevas inversiones y oportunidades económicas en todo el país, creando cientos de miles de nuevos puestos de trabajo, reduciendo las facturas energéticas y, por tanto, ahorrando dinero a las familias, y mejorando la calidad de vida de las personas al reducir la contaminación”. Propone destinar 60.000 millones de dólares para dotar de herramientas a los Estados, ciudades y comunidades rurales que además servirán para la reducción de las emisiones de CO2.
Su propuesta habla de importantes inversiones en una infraestructura energética más limpia y más segura y plantea “establecer un pacto por el clima con Canadá y México que acelere el desarrollo de las renovables en todo el continente y terminar con el despilfarro que suponen los subsidios fiscales para las compañías petroleras y gasísticas”, dando a entender que se está hablando de una transición energética en el país más poderoso del planeta, con efectos a su alrededor.
Ha remarcado que esta transición debe revitalizar la economía norteamericana y “asegurar un futuro a los mineros, centrales térmicas y sectores secundarios implicados”, lo que se traduce en una clara apuesta a la reducción de los combustibles fósiles, sin dejar de pensar en el futuro de la gente que está vinculada laboralmente a este importante sector, en un momento cuando los despidos en el mundo energético han adquirido contornos dramáticos, a partir de las crisis en los precios del crudo.
Tiene al frente de estos planes a Donald Trump, empeñado en restablecer el poderío petrolero de Estados Unidos, asegurando que el petróleo “es la sangre” de su país y del mercado de trabajo norteamericano. Su preocupación se focaliza en no destruir el negocio de la gran industria petrolera aunque ha lanzado algunas aseveraciones favorables a la importancia de contar con aire y agua sin contaminación. 
Para el candidato republicano el petróleo continua siendo fundamental para la economía norteamericana y, sin embargo, no ha formulado una postura clara sobre el fracking. En el último debate ambos candidatos han sido criticados por haber subsidiarizado temas tan importantes como el de la energía en el marco de su discurso y haber “replegado” la argumentación razonada para dar luz verde a temas intrascendentales, en un mundo que para todos se muestra en una situación de “alto riesgo”.

FUENTE: EL DIA

AUTORA: VESNA MARINKOVIC