La deforestación de bosques en Bolivia es un oficio que ha generado discurso institucional entre algunos actores públicos y privados que deben justificar su paso por los puestos jerárquicos que administran, sin éxito alguno: la tala legal e ilegal continúa afectando arboledas frondosas y la salud ambiental de los bolivianos. Con más o menos luces, el argumento expuesto es la falta de una normativa adecuada y la “ausencia de fuerza” para hacer cumplir lo que existe de ella en un país donde los motivos para esta quema indiscriminada son muchos; el desarrollo de la agricultura, las operaciones madereras comerciales y, entre otros, la construcción de puentes y carreteras al amparo de la denominada “modernidad”.

Silenciosa e ignorada por las autoridades competentes, la deforestación está arrasando los bosques y las selvas de Bolivia de manera sistemática cada año con más intensidad. Según la Memoria Técnica del Mapa de Bosques de 2013-presentada el 2015-, el 46,79% del territorio nacional representa a territorios boscosos aunque a la hora precisa de leer este artículo, la cantidad sin duda ya será menor, de hecho. Por lo tanto, deberemos coincidir en que, en realidad, estamos hablando de un flagelo que no ha sido parte de la preocupación del Estado boliviano; ergo, no tenemos ninguna política estatal al respecto.

Decir que la deforestación arrasa masivamente cada año infinidad de bosques en Bolivia, causando considerables daños a la calidad de los suelos y al medio ambiente, es un discurso trillado pero sobre todo insostenible. Las instancias creadas para producir sentido y generar resultados en esta materia están obligadas a ofrecer soluciones estructurales a este problema más allá de sus propias limitaciones que siempre existen y de las simples medidas de fuerza que son paliativas. Quedarse en la retórica y la justificación es de mediocres. Consiguientemente, las autoridades deben actuar en este tema de manera urgente.

Si comienzan a hacerlo, deberán ejecutarlo con método, con mesura pero sin tregua y descartando la consabida “cacería de brujas”. Están obligadas a considerar, incluso, que no toda la deforestación es consecuencia de la intencionalidad y que muchas de estas acciones provienen de factores humanos y naturales como los incendios forestales y/o del pastoreo intensivo, que también impiden el crecimiento de nuevos retoños de árboles pero que sin duda también afectan al medio ambiente y el hábitat de un sinnúmero de especies selváticas que no tienen a quien quejarse.

Considerando esta situación, Noruega se convirtió en junio de este año en el primer país decidido a ponerle “punto final” a la deforestación en todo el país, paradigmático en muchas de sus gestiones de Estado. Según reportes de prensa, para cumplir con este objetivo, el Gobierno noruego prohibió la tala de árboles y la venta y producción de cualquier materia prima que contribuya a la destrucción de los bosques en el mundo.

De esta forma Noruega sería el primer país en promover, desde el Estado, esfuerzos dirigidos a eliminar la deforestación como práctica de vida, de sobrevivencia y de negocios, al amparo de los compromisos generados en la Cumbre del Clima de la ONU en 2014, una decisión que se suma a otra serie de esfuerzos de política pública a favor del medio ambiente como, por ejemplo, la restricción de la venta de movilidades con motor a gasolina para el 2025.

En Bolivia en tanto dura “la conflictiva y nunca acabada construcción del orden deseado”, parafraseando a Norbert Lechner, la situación es dramática: el humo no deja de invadirnos silenciosamente mientras se mata la selva boscosa y junto a ella a cientos de animales vivos. Se despeja la tierra de árboles y arbustos para que la luz del sol, junto a las cenizas, puedan abonar el suelo, y las autoridades nominadas para encarar esta problemática como son las gobernaciones, alcaldías y la mentada Autoridad de Tierras y Territorio, se dan de bruces; en el mejor de los casos, remiten los hechos a la Fiscalía, una instancia totalmente desligada de consideraciones medioambientales, por lo menos. Ahí estamos por el momento, ahumados, todos.

FUENTE: EL DIA

AUTORA: VESNA MARINKOVIC