El caso mexicano resulta paradigmático a la hora de referir por qué el petróleo, un combustible todavía definitivamente indispensable para la vida de la sociedad contemporánea es, al mismo tiempo, una fuente inagotable de problemas para los países que lo contienen, lo explotan, lo producen y lo comercializan.

Desde principios del siglo pasado México se posicionó como el mayor productor de petróleo en la región, segundo como exportador y tercero en reservas, pero estas han disminuido sustancialmente en las últimas dos décadas y su ritmo de producción también ha menguado mientras sus diferentes gobiernos no han  resuelto adecuadamente el vínculo entre petróleo y desarrollo.

Al momento el sector petrolero ostenta una objetiva falta de inversión. Tiene un menor margen de maniobra para explotar y producir crudo, y Pemex ya no está en condiciones de extraer los 2.4 millones de barriles al día (mbd) que había prometido para este año, sino apenas un promedio de 2.288 mbd (AIE).

De manera que la actual realidad hidrocarburífera de México se puede resumir de la siguiente manera: precios internacionales deprimidos, reducción de la capacidad de importación de petróleo por parte de Estados Unidos al mejorar su autoabastecimiento energético, y una capacidad más limitada de México de bombear crudo (Bloomberg).

Después de siete décadas de un manejo estatal del sector de los hidrocarburos, el gobierno de Enrique Peña Nieto inaugura un proceso de reformas estructurales hacia la liberalización de la economía mexicana, donde precisamente destaca la reforma energética por su apertura total al capital privado extranjero y sus perspectivas halagüeñas.

Sin embargo, distintas lecturas al 2016 coinciden en que el crecimiento de entre 5 y 6% derivado de la puesta en marcha de estas reformas estructurales, particularmente de la reforma energética, no va a llegar, por lo menos durante la presente coyuntura de precios bajos del petróleo. De manera que persisten una serie de debilidades a nivel de la reforma energética.

Las más visibles al respecto resultan ser las vinculadas a la exploración y explotación de los shales y sus consecuencias medioambientales, el débil apoyo al sector de las renovables y la ausencia de un clima de seguridad que evite los riesgos asociados a la delincuencia y el narcotráfico, en las regiones donde se encuentran las grandes reservas de hidrocarburos.

Las debilidades menos notorias continúan señalando que la importante riqueza hidrocarburífera de México así como del resto de sus recursos naturales, es la fuente mayor de la conflictividad en la que este país se halla inmerso desde que la estabilidad de los Estados se halla sustentada en recursos prioritariamente fósiles como el petróleo y el gas, y luego hídricos.

Por tanto, el gran capital pone sus reglas pero no ha resuelto los grandes problemas estructurales que acosan a la humanidad. Por el otro lado, modelos de corte populista parecen haber entrado en crisis frente a la conflictiva y nunca acabada construcción del orden deseado (Lechner).¿Se tratará de algo inherente a nuestra condición humana? ¿latinoamericana solamente? Un debate urgente, pienso.

Fuente: El Dìa

Autora: Vesna Marinkovic
Vesna-Marinkovic-U.-