América Latina y particularmente América del Sur es, por muchas razones, un continente de importancia real para las inversiones de Estados Unidos y Europa y sus respectivas estrategias de internacionalización de empresas, especialmente de aquellas vinculadas al sector energético, en mérito a nuestra ingente cantidad de recursos naturales y por ser el mercado  más receptivo de las exportaciones del país del norte, con aproximadamente el 40 por ciento.

 
Con la llegada del presidente de Repsol a Bolivia, Antonio Brufau, hemos corroborado, también, que el país sigue siendo un socio comercial importante para España pues en este país la petrolera tiene uno de sus proyectos energéticos “estrella” como ellos mismos califican a Margarita, el campo que al momento alcanza una producción de 19 millones de metros cúbicos por día de gas (MM3D), con una inversión que solamente en el marco de la Fase III del desarrollo de Margarita-Huacaya contemplaba 158 millones de dólares hasta 2018.

Asimismo, las petroleras  British Gas (BG) y la francesa Total confirmaron una inversión de  1.766 millones de dólares en los próximos tres años, con el fin de aumentar las reservas de gas natural, de acuerdo a los informes ofrecidos por el propio presidente Evo Morales, mientras Gazprom de Rusia y YPF de Argentina estarían a la espera de nuevas áreas de exploración hidrocarburífera. Por tanto y en medio del derrumbe de los precios del petróleo, Bolivia continúa siendo una pieza importante para los fines de expansión de gran parte de las empresas del sector. Un apunte que, imagino, es parte de la estrategia nacional de relacionamiento internacional.

En esta estrategia debe asumirse también que captar inversión es crucial como que también es vital hacerlo en el marco de una política energética que no se subordine solamente a la exportación del gas natural sino que, como decía Sergio Almaraz Paz, permita modificar los equilibrios políticos internos y externos del país a partir de diversificar las actividades económicas en lugar de  mantener una economía solamente “gasificada”.

Si bien la coyuntura del derrumbe de los precios del petróleo permite un escenario favorable para el desarrollo del gas, sobre todo si se considera que la demanda de este energético se mantiene y crece no solo a nivel interno sino también en la región, no se puede acrecentar nuestra dependencia respecto de este hidrocarburo, incluso por temas medioambientales. Un tema sin duda antiguo para un debate obligado sobre nuestro rol en el escenario energético regional y nacional.

Está claro que el gas no puede ser en este nuevo siglo, un negocio lucrativo más y/o un simple tema de agenda en época de campañas electorales. El tema del gas natural debe ser parte de una política de Estado elaborada con participación ciudadana, criterio técnico y económico, para superar la barrera de todo lo que se ha hecho con los recursos naturales en el marco de una lógica  solamente extractivista. Ese fue el desafío que llevó a Evo Morales a la presidencia de Bolivia y es un reto que no ha expirado, más allá de la bonanza en los precios de las materias primas y/o de su derrumbe. Las propuestas en ese sentido, desde el Estado y desde la oposición, deben tener la contundencia de expresar ese desafío y la capacidad de plantear su resolución.

Por el momento, el país ostenta un rating internacional de “B” y “B2” (Fitch Rating y Moody´s) que refleja un buen manejo de las rentas del gas y de la minería pero el conjunto del país continua expectante de mayores innovaciones en el manejo de la política energética pues esta será el sustento real de su economía, de su sustentabilidad y de sus proyecciones de futuro lo que no pasa solamente por tener un portafolio equilibrado de venta del energético sino de romper nuestra extrema dependencia del gas.

FUENTE: EL DÍA 

AUTORA: VESNA MARINKOVIC