Quise evadirme de hablar de la violencia que asedia los medios y las redes sociales después de lo acontecido en París, pero me fue imposible. Terminé reconociendo que la violencia es la única que “disciplina” la vida en este siglo XXI y que es necesario enfrentarla, aunque solo sea desde la trinchera de las letras. Ella doblegó vidas antes de este tiempo plagado de destrozos terroristas y probablemente lo seguirá haciendo después, si es que continuamos en esta dinámica que reorganiza la cultura del poder, a partir de la violencia.

Las relaciones sociopolíticas de los Estados siempre han estado transversalizadas por intimidaciones, crímenes y acciones de terror por mucho que en la fracasada modernidad se hablara de emancipación, expansión, renovación y democratización como rasgos definitorios de un avance en la calidad humana de lo seres humanos.

Referirnos a los permanentes estallidos de violencia en distintos lugares del mundo, a partir del último episodio en París, nos permite inferir que, en realidad, tanto en la modernidad como en la postmodernidad estos rasgos han quedado solamente como un dato de lo que no ha sido posible articular lo que nos recluye en una situación de crisis integral: política, económica, energética y por supuesto ética.

Las masacres cotidianas que ocurren en este mundo en crisis son derivadas principalmente del poder político y económico, más que de fundamentalismos religiosos, y probablemente esta es la característica más contundente del mundo postmoderno descreído de todo excepto del poder que no puede ser interpelado por los “ciudadanos” de este siglo XXI.

En este marco, resulta paradójico que mientras por un lado en los medios proliferan las oraciones; por otro se ratifique la creencia de que exportando la guerra, esta vez desde Francia se resolverán los problemas en un mundo que, pese a todo, continúa pidiendo emancipación, equidad y democratización como práctica de vida y no como un simple apunte.

¿Cuánto más de horror seremos capaces de soportar los seres humanos en nombre del poder? Probablemente dosis más grandes, continentes íntegros sumidos en la desesperación y el dolor y medios masivos de información totalmente convencidos de que es un “arte” mostrar sangre y el sonido de las balas en vivo y en directo, antes de entender que la guerra debe ser negada con absoluta contundencia.

En tanto los liderazgos mundiales y mediáticos no muestren un cambio en esta forma de concebir el poder, por mucho tiempo más continuarán las migraciones desesperadas, la intolerancia, las verdades a medias y las “estrategias fatales” en busca de perpetuar poderes transversales en la faz de la tierra y, en esa dirección, es posible que se acabe el mundo antes de la guerra.

FUENTE: EL DÍA
AUTORA: VESNA MARINKIVOC