Pensar el tema del enclaustramiento marítimo de Bolivia en pleno siglo XXI nos comienza a hablar de la responsabilidad que tenemos, como comunidad internacional, de asumir que estamos frente a un “intolerable inaudito”, usando palabras de Umberto Eco, cuando este teorizaba en la década de los años noventa, sobre lo intolerable en el marco de sus cinco escritos morales.

Él decía que “ante comportamientos intolerables hay que tener la valentía de cambiar las reglas, leyes incluidas”, y se preguntaba ¿puede un tribunal en Holanda juzgar la conducta de alguien que está en Serbia o en Bosnia?, respondiéndose que, según las viejas reglas, no; según las nuevas sí, sentando un poco las bases conceptuales de lo que se está haciendo hoy ante La Haya en materia de nuestra demanda marítima y, para lo que debería ser de aquí en más el comportamiento de la comunidad internacional frente a un “intolerable inaudito”.

Para explicar su postura al respecto Eco señalaba que a finales de 1982 se celebró en París un congreso sobre el tema de la intervención, en el que participaron juristas, militares, voluntarios pacifistas, filósofos y políticos y se preguntaba: ¿con qué derecho y según qué criterios de prudencia se puede intervenir en los asuntos de otro país cuando se considera que sucede algo intolerable para la comunidad internacional?

Eco consideraba que excepto el caso límpido de un país donde gobierna todavía un gobierno legítimo que pide ayuda contra una invasión, todos los demás casos se prestaban a sutiles distingos a partir de: ¿quién me pide que intervenga? ¿Una parte de los ciudadanos? ¿En qué medida es representativa del país, en qué medida una intervención no encubre con los más nobles propósitos una injerencia una voluntad imperialista?

En medio de más preguntas incisivas y pertinentes y acaso todo lo contrario, también argumentaba que la única respuesta que le parecía aceptable era pensar que una intervención es como una revolución: no hay una ley previa que nos diga que está bien hacerlo, es más-opinaba- se hace contra las leyes y las costumbres. La diferencia, decía Eco, es que la decisión de una intervención internacional no procede de una punta de diamante o de un movimiento popular incontrolado sino de una discusión entre gobiernos y pueblos diferentes.

“Se decide que algo, por mucho que se deban respetar las opiniones, los usos, las prácticas, las creencias ajenas, se nos presenta como intolerable. Aceptar lo intolerable pone en cuestión nuestra misma identidad. Hay que asumir las responsabilidad de decidir qué es intolerable y después actuar”. Continuando con otra cita que merece mención señalaba que:  ”Cuando aparece un intolerable inaudito, el umbral de la intolerabilidad ya no es el que fijan las antiguas leyes. Hay que legislar de nuevo”.

En este punto agrega, por ejemplo, que lo que pasó con el nazismo y el holocausto puso un nuevo umbral de intolerabilidad que colocó en cuestión formas antiguas de ver y pensar el mundo y que se impuso, en ese contexto, la necesidad de tomar decisiones y asumir responsabilidades a nivel de toda la comunidad internacional.

Alude a la “capacidad de solidaridad de definir lo intolerable”, como parte de una responsabilidad internacional que debería estar lejos del simple y hasta estratégico arte de lavarse las manos que, en lo personal, me parece de extrema importancia compartir después de tantos años en este momento particular que vivimos los bolivianos, a propósito de nuestra demanda marítima y que bajo estas precisiones debería ser parte de las preocupaciones también del colectivo internacional.

Pienso que la larga e intolerable situación de mediterraneidad a la que estamos sometidos, nos permite retomar la genialidad de Umberto Eco para orillar nuestras posibilidades de recuperar nuestra cualidad marítima que, como miembros de una comunidad internacional, nos corresponde, a tiempo de abonar el terreno para tomar decisiones cabales sobre un caso concreto de “intolerable inaudito” que debe ser asumido precisamente en esos términos por los países miembros de esa comunidad.

FUENTE: EL DÍA

AUTORA: VESNA MARINKOVIC