Naciones Unidas suscribió el año 2000 la denominada Declaración del Milenio, trazando objetivos de desarrollo ha ser implementados hasta el año 2015. Destacamos, entre estos Objetivos del Milenio, aquel referido a garantizar la sostenibilidad del medio ambiente que, de entrada, exigía repensar la propia concepción de desarrollo científico-tecnológico que habíamos asumido y su relación con la sociedad y la naturaleza, más allá de la retórica.


Según los expertos en cambio climático, los efectos de este desarrollo han incidido negativamente sobre el medio ambiente y lo habrían hecho de manera tan contundente, que estaría en riesgo la existencia de la vida misma sobre el planeta. Esto implica entender que si la Tierra está bajo el tutelaje de los seres humamos, estamos también frente a un dilema ético que nos compete revisar, puesto que todos estos problemas ambientales denunciados serían en primera y última instancia, producto de la actividad humana y de un tipo de desarrollo que esta exigiendo su relectura.


Nadie está en condiciones de refutar los grandes adelantos de la ciencia y la tecnología que le han permitido al ser humano simplificar su cotidianeidad y gozar de un tránsito menos traumático, frente a las adversidades climáticas: tener, por ejemplo, calefacción y agua caliente para enfrentar los inviernos, y aire acondicionado y heladeras para soportar los rigores del verano; retroceder a la edad de piedra no sería la opción, pero está claro que es necesario intensificar la definición de objetivos, metas e indicadores que permitan un tipo de desarrollo más acorde con el medio ambiente.


Por el momento, diariamente se puede comprobar, cuando leemos o escuchamos las noticias, que más ballenas mueren afectadas por una ingesta sobredimensionada de bolsas de plástico;  que el cambio climático está afectando seriamente  los océanos y, entre otras abrumadoras noticias; que el aumento de las temperaturas, la acidificación y la pérdida de hábitats marinos han contribuido al empeoramiento de la biodiversidad.


Hay, por tanto, una relación estrecha entre la concepción de desarrollo científico- tecnológico y el medio ambiente, que los liderazgos activos del planeta, y cada uno de los seres humanos, debemos comenzar a entender comenzando por un simple recuento de los innumerables desastres ambientales que van desde la nube reactiva producida por un accidente del reactor nuclear de Windscale, de Inglaterra, que recorre Europa occidental, en 1957; hasta el accidente nuclear de Fukushima, Japón, en 2011, después del apocalíptico tsunami en la costa del Pacífico.


En este marco, contar con políticas públicas que faciliten un sistema educativo lo suficientemente informado para difundir valores y actitudes propicias a una coexistencia pacífica entre la naturaleza y los seres humanos, además de liderazgos políticos que generen mensajes a favor del cuidado del medioambiente, debería ser una exigencia de rigor en todas las campañas electorales nacionales y subnacionales, toda vez que al igual que los maestros; los políticos tienen la obligación de formar opinión, pero, con argumentos sólidos.


Tanto la educación como la política son procesos de transmisión de información y es importante que esa producción de sentido tenga objetivos claros y sea de alta calidad y contribuya, a partir de ideas y propuestas, a gestar un patrón de desarrollo cuidadoso con el medio ambiente sin que ello signifique necesariamente un retorno a épocas pretéritas. En otras palabras, esa es la línea planteada por los Objetivos del Milenio que, en el fondo, supondría hablar de una gestión ética frente a las generaciones del futuro y que además debería ser construida de manera participativa, por efecto de una decisión política.


FUENTE: EL DÍA

AUTORA: Vesna Marinkovic