El inadmisible y brutal ataque a las oficinas de la revista satírica Charlie Hebdo en París, debe mover a la reflexión de los Estados de este mundo global convulso, complejo y violento, pero, sin apostar por la violencia. Los medios, de manera particular, están obligados a generar un real sentido de reflexividad, de crítica y de madurez que contribuya a examinar el mundo y a erradicar los embates tristes y terribles de nuestro permanente choque de civilizaciones.

Si, como conjunto social no hacemos nada para anular de raíz la cultura violenta de los movimientos religiosos empeñados en confrontar a las sociedades, a partir de ideas enraizadas en dogmas civilizatorios, el clima de nuestra aldea global será en un tiempo más irrespirable. Los odios por el otro, por el diferente, tienen que dejar de alimentar acciones demenciales y estrategias de guerra que muchas veces tienen trasfondo no solo religioso sino también económico y/o político.

En este marco, el atentado a la mencionada revista, más allá de nuestros afectos y desafectos por lo que pudiera ser su estilo informativo, debe movernos a todos a una revisión de nuestras pautas de convivencia en un mundo que soporta, desde milenios, dogmatismos religiosos que no han contribuido en nada a mejorar el escenario global, plagado de guerras.

Los gobiernos tienen el reto de evaluarse tanto como los medios que, desde el ámbito público, donde radica la acción periodística, deben contribuir edificar la paz y una interculturalidad mejor entendida; en lo personal, creo que este debería ser el rol fundamental de la prensa: una cobertura cuidadosa de los acontecimientos que no se traduzca en una simple gráfica de lo dantesco y/o lo espectacular.
En este difícil contexto-mundo, me permito pensar que los gobiernos, a través de sus líderes, lo mismo que los movimientos religiosos y la propia prensa, están obligados a ver lo que ocurre en la dimensión fáctica de sus discursos públicos que muchas veces avalan un mundo sólo desde los hechos pero no desde lo que hay dentro de aquellos hechos, limitándose a las apariencias y, que al igual que la sofística (Marías,1980:35), terminan proclamando la inconsistencia de las cosas, abandonando el punto de vista del ser y la verdad.

Deviene, por tanto, una gobernanza que no es gobernanza y/o un liderazgo que en la pretendida y apresurada intención de imponer dogmas, terminan con saldos trágicos desde el punto de vista de su credibilidad, de su consistencia y de su sostenibilidad; aunque probablemente con resultados exitosos desde la perspectiva de los intereses que los sustentan. Sin embargo, esta forma de entender el mundo está llevándonos a extremos demenciales que urge revisar.

Hoy, todos estamos obligados a rechazar y a extirpar de nuestras sociedades movimientos islamófobos que han hecho de la violencia una pretendida filosofía anclada solamente en la agresión irracional que no es una filosofía, sino apenas una sofística que va propagando una cultura de la muerte que es ya insostenible y que solo está multiplicando la existencia de movimientos violentos; especialmente en Europa donde aceptarse, los unos a los otros, les sigue tomando tiempo, demasiado tiempo. Habrá que preguntarse, al final, si las matanzas detendrán las balas ¿lo harán?



FUENTE: EL DÍA

AUTORA: Vesna Marinkovic