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Lo pequeño no es tan hermoso: los costes ambientales del consumismo de aparatos electrónicos…¿Habrá que desandar todo lo andado?

 

SMARTPHONES E IMPACTO AMBIENTAL

 

En un contexto en el que la economía mundial aún no ha terminado de recuperarse −especialmente en Europa− de la Gran Recesión iniciada en 2008, la producción y el consumo de aparatos electrónicos no cesa de incrementarse en el mundo. Toda una serie de artefactos inundan crecientemente hoy nuestros hogares: ordenadores portátiles, Smartphones, Tablets, PDAs, Notebooks, Ultrabooks y toda una serie de “innovaciones” electrónicas no siempre tan diferentes de su versión anterior, de nomenclatura en ocasiones impronunciable, y con dimensiones y pesos cada vez más reducidos. Paradójicamente, a pesar de la miniaturización y la mayor ligereza de los bienes de consumo electrónicos, su impacto ambiental sigue siendo enorme.

 

 

 

 

 

 

 

EXTRACCIÓN MASIVA DE MINERALES

 

La informática y la electrónica siguen exigiendo una extracción masiva de sustancias minerales, además de los costes energéticos que su fabricación y uso llevan aparejados, con las consecuentes emisiones de residuos −muchos de ellos tóxicos− en las distintas fases de la cadena productiva, basura electrónica incluida. La fabricación y el uso del equipamiento tecnológico que acompaña esta extensión del sector servicios es, por tanto, una muestra más de la ausencia de cualquier atisbo de desmaterialización económica …a costa de los recursos naturales procedentes de la corteza terrestre y del deterioro de los ecosistemas globales.

LAS PRIMERAS INVESTIGACIONES

 

Las primeras investigaciones al respecto fueron las llevadas a cabo en 1978 por el economista Wilfred Malenbaum para la National Commission on Materials Policy (Comisión Nacional para las Políticas de Materiales) de EEUU, en las que se mostraba una tendencia a la reducción en la intensidad de uso de una veintena de materias primas por unidad de PIB entre 1950 y 1975, y se anticipaba una continuación futura de esta tendencia. Según Malenbaum, esto se producía principalmente como consecuencia del cambio tecnológico −que permitiría generar la misma cuantía de valor con menos inputs materiales− aparejado a la terciarización de las economías industrializadas.

LA PESADA MOCHILA ECOLÓGICA DE LOS LIGEROS APARATOS ELECTRÓNICOS

 

A pesar del pinchazo de la burbuja a la que el auge de las TIC dio lugar bajo el rótulo de “nueva economía”, la economía de lo digital y lo cibernético parece estar viviendo hoy un nuevo auge, así como la producción y el consumo de los múltiples dispositivos electrónicos que para ello se utilizan. Mientras la dimensión socioeconómica ligada a este fenómeno es ampliamente tratada y discutida, el debate social en torno a sus consecuencias ambientales parece más reducido y su visualización no deja de estar limitada, como todos los ámbitos del binomio economía-naturaleza, por el velo monetario que la recubre.

 

 

 

 

CICLO DE VIDA

 

Sin embargo, las cifras ofrecidas por la observación detallada de los flujos de recursos y residuos a lo largo del ciclo de vida de los equipamientos electrónicos asociados a las TIC avalan la existencia de un impacto ambiental creciente y nos llevarán a distanciarnos de anhelos como aquel que en los inicios de la revolución informática apuntaba E. Parker al afirmar que «en la era de la información, el crecimiento económico ilimitado será teóricamente posible, al conseguirse un crecimiento cero del consumo de energía y materiales»

¿LA CARA OCULTA DE LAS TICs?

 

El físico Eric Williams, uno de los académicos que más contribuye hoy a desvelar esta cara oculta de las TIC, mostraba, en un estudio elaborado junto con Ruediger Kuehr para las Naciones Unidas, cómo la fabricación de productos electrónicos es altamente intensiva en el uso de recursos naturales, superando con creces a otros bienes de consumo.

 

Según sus cálculos, la fabricación de un ordenador de sobremesa requiere al menos 240 kg de combustibles fósiles, 22 kg de productos químicos y 1,5 toneladas de agua. El peso en combustibles fósiles utilizados supera las diez veces el peso del propio ordenador, mientras que por ejemplo, para un coche o una nevera, la relación entre ambos pesos −de los combustibles fósiles usados en su fabricación y del producto en sí− es prácticamente de uno a uno.

 

 

 

 

NO ES UN MANIFIESTO ANTI-TECNOLÓGICO

 

Finalmente, este texto no debe de entenderse como un manifiesto anti-tecnológico, sino más bien como una llamada informada a la autolimitación tanto individual como colectiva, teniendo siempre presente que, en última instancia, son las propias dinámicas del sistema económico las que deben de trascenderse de cara a verdaderos cambios de tendencia.

 

 

Fuente: José Bellver Soroa

FUHEM Ecosocial