Opinión - Temas
Miércoles, 22 de Agosto, 2012

En el Informe 2008 sobre el Estado Mundial de la Agricultura y la Alimentación (SOFA por su sigla en inglés), la FAO planteó su notoria preocupación por el incremento de la producción de biocombustibles en los países en desarrollo, haciendo notar que esto generaría “mayor presión y competencia sobre los recursos naturales que ya son escasos, con consecuencias potencialmente negativas en materia social y medioambiental”.

Asimismo, señalaba que:” Por otro lado si las tierras destinadas a la siembra de cultivos alimenticios se utilizan o si se reemplaza la finalidad original de estos cultivos hacia la producción de biocombustibles, podría constituir un riesgo a mediano plazo para la seguridad alimentaria, implicaría un aumento en el desplazamiento de actividades agrícolas hacia tierras aún más marginales e, indirectamente, propiciarían un incremento en los precios de los alimentos en dicho plazo a causa de la escasez de los mismos.”

A lo largo de este tiempo, la FAO no ha dejado de señalar que: “la producción de biocombustibles debe considerar su impacto ambiental”, remarcando que éstos sólo cumplirán su promesa de ayudar a mitigar los efectos del cambio climático si su producción es sustentable y si se desarrollan con respeto al medio ambiente, sin mostrar, empero, una obstinada negativa por el desarrollo de esta alternativa energética.

Este año y hace escasos días, la prensa refiere que, en el periódico suizo Sonntags Zeitung: “el presidente del mayor grupo alimentario del mundo, Nestlé, Peter Brabeck, llamó a los políticos a hacer presión para terminar con el uso de alimentos en la producción de biocombustibles”.

Brabeck habría señalado que: "Esto no significa que los biocombustibles deban ser eliminados completamente, sino que los productores deberían utilizar otros materiales orgánicos", sumándose a un creciente coro de políticos y científicos que piden reconsiderar la producción de biocombustibles.

Las declaraciones de Brabeck aluden a que “casi la mitad de la producción de maíz de Estados Unidos y el 60% de la colza europea se utiliza en la producción de combustible", lo que estaría presionando aún más los precios de los alimentos, que se han visto elevados por el cambio climático, en un mundo que nuevamente confronta una evidente situación de crisis; contexto donde, según él, los precios de los alimentos están sujetos a cambios permanentes.

En lo que toca a Bolivia, no se advierte aún un desarrollo de políticas que apunten a la producción de biocombustibles, orientadas a cubrir, por ejemplo, la demanda interna de petróleo pese a que, desde el 2005, se cuenta con una ley que autoriza la mezcla de aceites vegetales, en una proporción de hasta el 20 por ciento, con gasóleo para la obtención de biodiesel; y, hay un importante sector del empresariado privado que respalda la idea de disminuir la dependencia de las importaciones de este carburante, aunque también existen organizaciones ambientalistas que mantienen una férrea negativa a esta alternativa energética.

No hay duda de que la reciente postura de la transnacional Nestlé, actualizará el debate al respecto y cobra importancia el fortalecimiento de la coordinación institucional entre el sector público y el privado, para aportar a una clarificación sobre un tema que amerita un enfoque claro y responsable.

Por ahora, no hay una postura consensuada sobre si, por ejemplo, los biocombustibles son víctimas de una guerra publicitaria; sustentada por intereses de las transnacionales que detentan el negocio de semillas y fertilizantes o si, efectivamente, son los principales causantes de la actual crisis alimentaria mundial.

Los argumentos a favor o en contra, solamente remiten a la conclusión de que aún hace falta una mayor discusión y transparencia al respecto. Especialmente porque hay sectores que exigen, a los organismos internacionales, como la propia FAO, una postura menos imparcial. Para ello, es de todas formas necesario, contar con estudios que permitan la construcción participativa de acuerdos, sustentados en el conocimiento y la información. Algo que, sin duda, es cada vez más relevante en un mundo que está comenzando a demandar una mayor ciudadanía comunicacional, como herramienta imprescindible para implementar dinámicas de desarrollo.