Opinión - Temas
Miércoles, 6 de Junio, 2012

Según la FAO, reducir la "pobreza energética" ha sido reconocido como el Objetivo "faltante" de Desarrollo del Milenio. Asegura que: “Sin acceso a la electricidad y las fuentes de energía sostenibles, las comunidades rurales no tienen ninguna posibilidad de alcanzar la seguridad alimentaria y no hay manera de garantizar medios de vida productivos que les den la posibilidad de salir de la pobreza”.
Esto pasa por construir políticas económicas que apuntalen el desarrollo rural, no a partir de una estrategia de migración campo-ciudad sino todo lo contrario; estableciendo las condiciones necesarias para que el agro se mantenga y apoye el desarrollo nacional, desde el ámbito rural. No por nada existen esfuerzos notables en Estados Unidos, por ejemplo, para subvencionar el sector agropecuario y de esta forma no estar sometidos a la importación de alimentos.

Si se toma en cuenta algunas proyecciones actuales, de UN-Hábitat, “States of the World Cities 2010-2011 – Cities for all: Bridging the urban divide”, que refieren que la casi totalidad del crecimiento de la población mundial en los próximos 30 años estará concentrada en zonas urbanas, habrá que coincidir en que es urgente ordenar los asentamientos humanos de modo que sean sostenibles, a tiempo de considerar la interdependencia entre energía y alimentos.

Sin embargo, esto pasa también por entender adecuadamente el concepto de soberanía alimentaria para que esta apuntale no solo la apertura de vías para la exportación de recursos energéticos que sustentan la producción alimentaria en otros países, sino que, al mismo tiempo, permita apuntalar gobiernos que resuelvan la “pobreza energética” en el ámbito rural, probablemente, con una mayor incidencia en las energías renovables y; estos mismos gobiernos, puedan respaldar procesos de soberanía alimentaria que expresen un acceso racional a los alimentos.

En este marco, suponemos que la Cuadragésima Segunda Asamblea General de la OEA ha realizado esfuerzos por colocar en la agenda de la reflexión de los gobiernos de la región, la interdependencia de estos temas. Consideramos que plantear la asignatura de la soberanía alimentaria, descolgada de la energía, por ejemplo, puede suponer, al menos, una descontextualización de los temas de fondo en la región.

Imagino que el gran aporte de países como Bolivia, en el seno de estos organismos, es contribuir a promover el desarrollo de los gobiernos, marginándose de posturas coyunturales para no dar la impresión que vamos saltando de “mata en mata”, sin resolver lo fundamental de nuestras agendas públicas. O, dicho de otro modo, que solamente atendemos agendas que no tienen nada que ver con nuestras verdaderas urgencias.

Si no se logra este cometido, declaraciones de la OEA como: “superar la pobreza, promover el desarrollo integral, el crecimiento económico con equidad y reducir el porcentaje de personas que padecen hambre, al garantizar medidas concretas para lograr una adecuada producción, acceso y consumo de alimentos que beneficie a todos los ciudadanos de las Américas”, sonarán puramente discursivas, burocráticas y hasta caóticas.

Estos eventos no pueden ser más el espacio para visibilizar solamente consensos previos, sobre todo si estos expresan unidireccionalidad de intenciones. En ese caso, bastaría hacerlo por la vía virtual, sin incurrir en tanto gasto. Si estos encuentros no logran facilitar el tejido de nuestras interdependencias mutuas como países y entre los temas que se abordan, terminarán desapareciendo por su poca efectividad y su excesiva burocracia.

Consiguientemente, esperamos que a partir de la revisión cuidadosa de las conclusiones de la 42 Asamblea Ordinaria de la OEA, podamos establecer que este evento ha superado lo meramente declarativo y que más allá de la politización de algunos temas, ha contribuido a concebir instancias más eficientes para consolidar la lista de desafíos de este organismo internacional que nos cobija.

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