Opinión - Temas
Miércoles, 7 de Noviembre, 2012

El desarrollo de la nanotecnología no ocupa espacio aún en la agenda pública de los países de América del Sur. Para ser exactos, Brasil es el único país de la región que destina un presupuesto importante para el desarrollo de estas nuevas y pequeñas tecnologías que avizoran aplicaciones en campos tan disímiles como estratégicos: la producción de alimentos, la industria aeroespacial y, por supuesto, el energético. El presupuesto de Brasil para este propósito es de 24 millones de euros para el período 2009-2015, algo considerablemente significativo dadas las escasas posibilidades de nuestros países en el desarrollo de la ciencia y la tecnología.

A Javier Palacios Neri, docente investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco, de México, se le debe esta reflexión como también la definición sobre nanotecnología que sostiene que esta consiste en el estudio, diseño, creación, síntesis, manipulación y aplicación de materiales, aparatos y sistemas funcionales a través del control de la materia a nano escala. En el caso de esta columna, interesa, además del concepto, conocer lo que estas representan en el inmenso ámbito del desarrollo tecnológico promovido por la sociedad del conocimiento.

Esto, porque muchas de estas aplicaciones hablan de grandes impactos en la agricultura, la biotecnología, la generación de energías alternativas y, también, en la vida de las personas, aunque muchos de nosotros, especialmente en América del Sur y pese a la globalización de la información, no hemos terminado de tomar debida nota al respecto.

Así, tenemos nanomáquinas, nanotubos, nanorrobots y hasta nanochips que se insertan al cuerpo humano para lidiar con alguna enfermedad o, simplemente, emitir información sobre el lugar donde nos encontramos. Dada la evidente repercusión de la nanotecnología, hay algunos científicos que sostienen que estas van camino a realizar grandes cambios en la sociedad contemporánea al punto que piensan que se convertirán en el eje central de la nueva revolución industrial.

En este marco, se hace cada vez más necesario conocer los aportes de la nanotecnología, por ejemplo, al área de las energías renovables, especialmente en aquellos experimentos dirigidos a desarrollar la energía solar, considerada la más adecuada para sustituir a los combustibles fósiles; y, al mismo tiempo, también sería útil reconocer su aporte al sector industrial, a partir del desarrollo de materiales tanto o más resistentes que el propio acero o de sensores moleculares capaces de destruir células cancerígenas en zonas tan sensibles como el cerebro o el páncreas.

Seguramente que la incidencia más controversial de esta nueva tecnología está referida a la inoculación de microchips en el cuerpo, con propósitos informativos y, según algunos, también para mantener el control mental de las personas. La idea parece estar internalizada incluso en algunos juegos electrónicos tan en boga hoy en día y que, en efecto, nos muestran una realidad de manipulación de seres humanos que, probablemente, nos toca corroborar a título de investigar el derrotero de la ciencia y la tecnología en su intrincada relación con el ser humano.

Por el momento, parece necesario comprender que el desarrollo tecnológico per se, no es bueno ni malo; todo depende del uso que se haga de él. Sin embargo, no estaría mal comenzar el debate para acercarnos, al menos, hasta los por ahora insondables caminos de la ciencia y la tecnología y promover, como dice Palacios Neri, la reorientación de las actividades científicas y tecnológicas a nivel local y global; apuntalar la generación de la capacidad científica y tecnológica doméstica; además de posibilitar esquemas de planificación de las sociedades en donde la incorporación de la ciencia y la tecnología adopte posiciones de vanguardia pero también de sostenibilidad.